Lecturas: La obsesión por el traidor

 

Releyendo viejos mails me encontré con uno del 2007 a raiz de la huelga del sindicado de trabajadores de la educación de Neuquén (ATEN), escrito dos semanas después del asesinato de Carlos Fuentealba, que contiene una vigorosa y vigente crítica a los comportamientos de las sectas afiliadas a las diversas Cuartas Internacionales. Su autor es Bruno Galli, profesor de Historia y miembro de ATEN. Respetando el concepto global transcribo algunos párrafos:

La obsesión por el traidor (Patología del trotskismo y otras vanguardias afines)

A diferencia de muchos, nosotros no creemos ni en los burócratas ni en los traidores, aunque sí en las brujas. Y que en Aten las hay, las hay. Por eso no da para que en cada lucha tengamos que escuchar 10 acusaciones de traición por segundo, como si el gremio fuese un criadero de vampiros que engordan merced a las escuálidas ubres de las maestras. ¿Qué mal les aqueja a los “compañeros” de los partidos de izquierda y otras agrupaciones? ¿Podrán revisar ciertos prejuicios sin incurrir en pecado de revisionismo? ¿Asumirán una crítica sin vivirla como un trauma similar al que supone una conversión religiosa? No somos optimistas. Con ellos es difícil debatir en serio: discutir, incorporar, refutar, aprendiendo del otro e intercambiando opiniones divergentes sin necesidad de tildar al otro de “reformista” o “forro de la burocracia”. Igual esperamos se inicie una reflexión con el fin de abandonar ciertas prácticas que conspiran contra sus intereses, que en algunos casos son también los nuestros. Pero si ello no fuera posible, y si acaso primase la esterilidad, queda el testimonio de que un sector, compuesto por dos militantes, por lo menos se lo hizo saber.

Tener la conducción de un sindicato puede ser un buen negocio muy rentable. De hecho, la gran parte de ellos son organismos putrefactos, que sólo sirven para enriquecer a sus dirigentes o son usados como trampolín político para algún futuro puesto político que los una. En la mayoría de ellos no hay oradores, ni asambleas, ni distintas listas, ni seccionales de ideologías diversas, ni críticas a la conducción, ni dirigentes que luego de cumplir su mandato vuelvan a laburar. Y ni siquiera se vota un plan de lucha porque rara vez lo hay. Si de casualidad hay paro, lo decreta el dirigente por celular, lo anuncia por los medios de comunicación, lo garantizan sus matones, y al que no le gusta palo y a la bolsa. La huelga se termina cuando el capo mafia arregla con la patronal en cuestión. Y después todos callados a laburar como si nada hubiera pasado. En estos sindicatos la izquierda no suele tener cabida, y si de ojete tiene a un militante infiltrado, éste suele ocultar su filiación política por temor al inmediato despido o las trompadas, más veloces aún que cualquier telegrama. Si bien es cierto que en Aten se incurre en algunas detestables maniobras (sobre todo a la hora de presentar las mociones y en el recuento de los votos) que éstos y otros eventuales gestos burocráticos existan no nos habilita a hacer extensiva la calificación a todo el gremio ni a su conducción, mucho menos si se los compara con el resto de las burocracias sindicales que hemos descrito más arriba. De hecho no existe organización puramente democrática. Y es por eso que un balance debe ser ecuánime, tomando la totalidad de los elementos y no juzgando jamás en abstracto. Y prueba de en Aten la cosa no es tan grave es el hecho de que buena parte del progresismo y la izquierda vernácula terminen, de una u otra manera, participando allí. Sí, en Aten se puede participar.

Tan es así que podemos enumerar ciertos rasgos que son propios de este sindicato, como su predisposición a la lucha, sus vínculos con organizaciones hermanas, la permanente combatividad de su militancia, su nutrido activismo con recambio generacional, su democracia interna o su constante oposición a los gobiernos de turno. Y a pesar de esas infundadas acusaciones de corporativismo (¿qué gremio no es corporativo?) también es cierto que Aten no se preocupa únicamente por las cuestiones salariales y económicas sino que es un sindicato con marcado carácter político: abarca las cuestiones educativas generales pero también interviene en otros campos (2302, derechos humanos o reforma constitucional, por citar algunos ejemplos). Pero si es extensa la lista con las virtudes atenienses, hoy sin embargo queremos destacar otra cosa que también define al sindicato, y es que Aten posee una gran base de maestras y profesores que, afiliados o no, se sienten representados por su organización. Y tan representados se sienten que participan en ella, que son la organización. Pues si hay algo que el gobierno, los medios de comunicación y la sociedad neuquina finalmente admitieron es que, en este punto, el gremio docente es distinto a los otros sindicatos burocráticos que pululan por ahí.

Lo entendieron todos, todos menos la izquierda. Y es que la diestra no ve que cuando se habla de ATEN se hace alusión a todos los docentes, o por lo menos a gran parte de ellos. Cuando se oye que ATEN corta las rutas o que ATEN llama al paro se está haciendo mención a los docentes en general. Tan es así que gran parte de la sociedad neuquina repudia a los docentes en su conjunto y no únicamente a sus gremialistas. En el imaginario social son todos los docentes los que son vagos, faltadores, usadores compulsivos de licencias, zurdos y que más encima cobran bien. Y en algunos casos tienen razón. Ladran Sancho, señal que traicionamos. Un fantasma recorre Neuquén, es el fantasma de la traición. ¿A qué se debe esta histeria colectiva que amedrenta a buena parte del activismo neuquino? Varias son las razones. Desmenucemos sólo algunas:

1) En la lógica binaria de la izquierda, todo aquel que no siga la política x del partido revolucionario x está boicoteando, frenando o traicionando la lucha. Esto sucede porque ellos (el partido x) se ven a sí mismos como los únicos que encarnan la verdadera política revolucionaria. Ellos son la revolución. El resto de la sociedad se divide entre dos clases de enemigos: burgueses y burócratas, ambos en constante contubernio para engañar y frenar el empuje emancipatorio de la sociedad. Reza la sentencia: “La sociedad quiere pelear, el tema es que tiene direcciones traidoras que la frenan”.

Y fíjese usted cómo funciona la misma lógica pero en el caso contrario: Cuando efectivamente las bases luchan al ritmo de las conducciones son éstas últimas las que son arrastradas por el deseo irrefrenable de aquellas. Las bases les arrancan el paro a las dirigencias, las obligan a luchar, pero nunca jamás es al contrario, nunca son las dirigencias las que movilizan a las bases, pues admitir ello implicaría aceptar que puedan haber direcciones realmente combativas por fuera de su organización. Y eso, para la izquierda, es inadmisible. Por ello es que siempre piensan que los dirigentes de Aten traicionan a las bases aunque la realidad desmienta tal postulado: en Aten son las direcciones combativas y el gran activismo que se nuclea en torno a ellas las que movilizan al conjunto de los docentes. Rara vez es a la inversa.

Pero no, no hay caso. De hecho, la izquierda tiene preparadas las acusaciones de traición, incluso antes de que aparezcan las traiciones. Es que si hay algo que le sirve a la izquierda ése algo son los traidores. Sin traidores se queda sin razón de ser, desaparece, no puede intervenir políticamente. ¿Por qué? Porque si no hay traidores no hay motivo que explique que las masas no salgan a luchar. Si no hay traidores tampoco hay excusa para que las masas no se sumen a sus partidos. El traidor cumple así una doble función: por un lado los consuela de la efectiva apatía de la sociedad, por el otro, les oculta sus propias impotencias y fracasos ante ella. Por supuesto que en esta lógica jamás cabe pensar que la gente no quiera luchar permanentemente, que no quiera la revolución que ellos quieren y que no los quiere a ellos tampoco. ¿Por qué?

2) Porque en este enfoque simplista y cargado de voluntarismo, la izquierda cree que las bases son natural y ontológicamente revolucionarias. Nacieron para luchar contra el sistema y la burguesía, pero algo se los impide: la burocracia, el estalinismo y los socialdemócratas, en suma, los traidores. Esa es la única razón que explica que una maestra no quiera voltear a Sobisch para imponer las demandas de toda la clase trabajadora. De esta manera, falsean la realidad cuando le adjudican deseos e intenciones políticas a unas bases que no las tienen: los docentes quieren aumento salarial, además quieren voltear a Sobisch, e inconscientemente quieren el socialismo, lo que sucede es que al no saberlo, son las propias conducciones burocráticas las que obturan ese deseo, retrasan la toma de conciencia y frenan cualquier acción tendiente a ese fin. Jamás verá la izquierda que a veces son las propias bases las que no quieren pelear, o que no quieren ir tan al “fondo”.Y menos podrá entender que amplios sectores del activismo, la militancia o la vanguardia tampoco quieran ir más allá (ese destino que, ellos dicen, objetivamente las circunstancias demandan). Cuando eso sucede, y las bases o el activismo se “frena”, o se cansa, o simplemente no quiere, entonces hay traición o capitulación. Hasta tirar a Sobisch no paramos, y el que no nos sigue nos traiciona.

Pero dadas así las cosas, el reconocer que las bases no son ontológicamente revolucionarias y que la culpa no es exclusiva de las direcciones, implicaría asumir además otra situación profundamente desmoralizante para el militante: conllevaría aceptar que hay razones más profundas que explican esta situación pasiva de la sociedad que no quiere tirar a Sobisch y que éste no es tan débil como parece, y que entonces la solución a ello supone políticas más complejas (quizás a largo plazo) que las simples arengas para luchar en el momento. Admitir esto también conllevaría renegar de esa abstracción típica de la izquierda que dice que el problema de la revolución es puramente subjetivo, o que es, para decirlo en su jerga, la crisis de su dirección revolucionaria. Implicaría, por ejemplo, responderse por qué siempre las bases docentes aceptan “sumisamente” las políticas moderadas de las conducciones o por qué tienen esas conducciones traidoras y no intentan sacárselas de encima siendo que constantemente van en contra de su espíritu de lucha. O por qué se burocratizan las organizaciones o qué mecanismos genera la sociedad para favorecer y alentar el surgimiento de las burocracias. Concretamente, por qué la sociedad neuquina “tolera” al MPN desde hace más de 40 años. En fin, desterrar ciertos dogmas nos enfrenta al problema de resolver problemas para los que no tenemos respuestas rápidas, y mucho menos acciones.

3) Una cosa más. Para que dejen de tratarnos como boludos no está de más recordar que es esta misma lógica la que subestima la capacidad de reflexión de las bases toda vez que siempre se dejan frenar, engañar y traicionar por los burócratas sindicales que las conducen. ¿Quién quiere gente así, tan sumisa y obediente, que al primer grito o maniobra de un burócrata abandona la lucha y se va a dormir a su casa? Sucede que en el fondo, las organizaciones de izquierda sostienen la misma concepción de las masas que tiene la burguesía: la de que el pueblo es un rebaño de ovejas, y debe seguir siéndolo. En el sistema capitalista, es rebaño para su propia explotación. En una situación revolucionaria, para su liberación. Pero siempre dirigida, guiada previamente desde afuera, nunca reconociendo que una emancipación debe ser obra de los mismos sometidos. ¿Y esa concepción que subestima a las bases acaso no es el germen de la burocracia? Sí también es burocracia. Paradojas: El fantasma del traidor se alimenta más cuando la política de esos partidos y agrupaciones no tiene aceptación en las bases. Y resulta claro que más fácil es adjudicarle el fracaso a un tercero que asumir la esterilidad de las políticas propias.

4) Otro axioma que atraviesa todas las acusaciones de traición: la asimetría real que existe entre los intereses de un sindicato y los de un partido revolucionario. Llega un momento en donde profundizar la lucha para un gremio significa cosas distintas que para una organización revolucionaria. Los gremios (y sus afiliados) pueden no querer voltear al gobierno e instaurar una asamblea constituyente, sino conseguir mejoras parciales (económicas y políticas). Los gremios, en este sentido, siempre serán vistos por la izquierda como organizaciones reformistas, corporativas, transitorias, limitadas, que quedan truncas a la hora de los bifes. Pero esto se debe a que la izquierda misma concibe a los sindicatos únicamente como medios para conseguir sus fines superiores, fines que sólo pueden ser verdaderamente alcanzados a través del propio partido. Exacerbado narcisismo. Deseos y objetivos diferentes definitivamente no podrán ser armonizados. Entonces debiéramos reconocer que la izquierda puede luchar mancomunadamente con los sindicatos, pero sólo hasta un cierto punto. Tarde o temprano llegará la inevitable bifurcación: luego el partido será sacralizado arguyendo de que es el único que aspira a la política grande. Así fue escrito, así será. ¿Y por casa cómo andamos?

Dejemos de lado el problema de la propia burocratización de los partidos de izquierda que siempre tienen a los mismos dirigentes y que sus bases acatan la política como si de mandamientos se tratara. Obviemos este detalle y preguntémonos: ¿Por qué la figura del burócrata se troca tan rápidamente por la del traidor? Porque el traidor opera como el referente negativo que todo militante de izquierda requiere para su conformación como tal. A la izquierda le urge la figura del traidor incluso más que la del chancho burgués. En el traidor se depositan los odios y la causa de todos los fracasos. Él es el responsable de todos los males. Y esta imperiosa presencia se evidencia en el hecho de que resulte tan caro hablar de esto con los compañeros, justamente porque repensar la figura del burócrata o del traidor hace entrar en crisis toda una construcción (intelectual y emotiva) que buena parte de la militancia sostiene férreamente. El traidor es el combustible que nos permite seguir actuando, y a la vez oficia como un velo que oculta nuestra impotencia.

Así, es Aten (traidor y burócrata) el que no quiso tirar a Sobisch, y para nada se interpela por la responsabilidad de la sociedad entera, que nuevamente ocupará el sitio de engañada y frenada en sus deseos, siempre revolucionaria por naturaleza, pero nuevamente traicionada. “¡Ahí está Aten, nuevamente traicionando, negociando con la sangre del compañero!” Con argumentos morales y emotivos, la izquierda hace lo que ni el propio gobierno se atrevió a hacer: Cargar el muerto sobre la espalda del sindicato. La lógica del traidor sigue vigente. Y por supuesto que la traición y los traidores ya habían sido denunciados previamente. Y esa suprema claridad sirve como argumento adicional para sumar militantes. “¡Viste que era verdad que había traidores! ¡Ya te lo habíamos avisado y vos no me querías creer!” Desde el principio habían estado esperando que la burocracia asomara, cuando por fin aparece y una vez que la ven actuando, entre la bronca y el regocijo, se preparan para el gran momento: se confirman los pronósticos, ha llegado el momento del combate, para eso estuvimos preparándonos, es hora de salir a diferenciarnos y jugar el rol histórico para el que hemos sido llamados. Esos son los momentos críticos en los que peligra el sindicato. Mire cómo son las cosas. Tan entusiasmados estaban con la huelga general y tanto odian a la burocracia de ATEN, sin embargo durante esta larga huelga a ninguno de ellos se les ocurrió probar con un sencillo experimento: ir a volantear a las petroleras, a los taxistas, a las obras en construcción, a los empleados de comercio, a los barrios del Oeste. Pero volantear en serio, quedándose a charlar, insistiendo, explicando pacientemente a los trabajadores que había que echar a Sobisch para imponer nuestras demandas, y todo eso. Si la dirigencia de Aten no quería hacerlo, tendrían que haber sido ellos los encargados de hacer el llamamiento popular a la insurrección. ¿Por qué no lo hicieron? ¿Qué hubiera sucedido? Nada. O mucho. Primero habrían conocido a la verdadera burocracia sindical, y en más de algún lugar los hubieran corrido a patadas. Segundo, habrían corroborado la apatía del movimiento obrero, y habrían tomado conciencia de que las masas no querían tirar a Sobisch, que muchos trabajadores cobran un buen salario y que con eso les alcanza. Y por último, como frutilla del postre, se habrían desayunado que buena parte de la gente tampoco simpatiza con la causa docente.

Resumen: Habrían cotejado lo lejos que está la población de algo así como una huelga general o una pueblada, certificando la eficacia del neoliberalismo y de 40 años de MPN, de redes de punteros y subsidios, medios de comunicación, etc., etc. ¿Será por todo esto que no fueron? ¿Será por eso que prefieren descargar sus impotencias sobre la “burocracia” de Aten?

La Gallina de los ovarios de oro

Lamentablemente este discurso de la burocracia y los traidores ha prendido en buena parte de la militancia y de los docentes en general. Incluso en los compañeros de la llamada “base”. Este discurso lleva inevitablemente al debilitamiento del gremio. Y uno les dice a los compañeros que un gremio débil y dividido no le conviene a nadie. Pero últimamente también hay que poner en duda eso. Y es que justamente por esta misma lógica sectaria, narcisista y antidemocrática, a la izquierda, a veces, le resulta indiferente el resultado final de un conflicto, o que el gremio docente reviente en mil pedazos. Siempre que a cambio de esto integren unos cuantos militantes a sus filas, grupo al cual ya habrán santificado con el rótulo de lo mejor de la vanguardia docente. A pesar de una derrota y un gremio desmovilizado, desde esta óptica, si lo mejor de la vanguardia se integra al partido, resulta de ello que el proceso revolucionario general habrá sido positivo, ya que ellos son y serán el motor del proceso revolucionario. Importa poco que sea a costas de fracasos, rupturas, desmovilización o bolsillos vacíos. Lo importante es el partido.

Pero para nosotros, que también somos militantes, el resultado de este conflicto no nos es indiferente. A nosotros sí nos sale caro que ellos crean que son la encarnación viviente de la emancipación de toda la especie, un anticipo de ella, su fuerza motora y los portavoces de un destino necesario. A nosotros sí nos sale caro, y tenemos que evitarlo a toda costa. Porque nosotros sí sabemos del rol absolutamente progresivo que juegan los gremios como Aten, que a pesar de no ser “revolucionarios” no por ello son burocráticos. Para nosotros Aten no es la fuente de todos los males ni el segundo enemigo después del enemigo. Tenemos entonces que reflexionar. Porque la izquierda no valora en su justa medida el gremio docente neuquino. No ve que es uno de los sectores más combativos del país, que es vanguardia de luchas políticas, económicas e ideológicas. Que fomenta la conciencia de clase en sus afiliados, que también es un gremio de izquierda, pero sumamente vital, en donde conviven distintas tendencias y que es gracias a las luchas docentes que la izquierda alcanza un mínimo protagonismo. Y por supuesto, también pensar que si acaso el gremio tiene estos rasgos algo también se deberá a sus conducciones “traidoras” y “reformistas”.

Aten es uno de los núcleos de la lucha neuquina y fue vanguardia política en infinidad de oportunidades. Durante mucho tiempo fue un oasis en el desierto neoliberal. Su aporte a la cultura de la izquierda argentina todavía no ha sido estudiado en profundidad. Poco falta para que sea valorado en su justa medida. Pero la ceguera y el narcisismo, las frustraciones trasladadas en el otro y el sectarismo patológico de algunos pueden llegar a generar un efecto contrario al buscado. Por arrogarse el monopolio de la lucha, quizás el peor mal que pueda cometer la izquierda es constituirse en un freno para ésta. De seguir así terminará dilapidando una gran fuente de riquezas, de la que ni siquiera tiene noción. Si seguimos por este camino ya de nada servirán que en un futuro no muy lejano se oigan, como quejidos melancólicos, las tardías autocríticas de quienes juran y perjuran que no eran conscientes de estar asesinando a la gallina de los huevos de oro.

Hasta siempre Comandante

Vengo de un país allá lejano en el tiempo donde la camiseta número 10 era solo propiedad de los elegidos. Era el que “jugaba bien”, el mejor de todos, en la calle del barrio, en la canchita a la vuelta de casa o en la soñada cancha de once.

Vengo de un país allá lejano en el tiempo donde se le gritaba “¡Burro!” a un rechazador serial de pelotas a ningún destino pero alejándola del área propia o a lo sumo, si era de nuestro equipo, recibía un resignado silencio de “Y bue, viste, es así”.

Vengo de un país allá tan pero tan alejado en el tiempo donde los caños, tacos, sombreros y pisadas eran vistos como normales si el feliz perpetrador de las hoy tamañas herejías llevaba la 10. Es más, entre otras cosas como ganar era por lo que se concurría al estadio.

Vengo de un país tan raro donde al 10 se le permitían dispensas que a otros jugadores no: Podía desaparecer un rato del partido o mostrarse pachorriento porque todos sabíamos que en un instante, en un rapto, podía gambetear a tres rivales y clavarla en el ángulo o a lo mejor solo acariciar el esférico para la entrada de un compañero sin marcas, el “tomá y hacélo”.

Tal era la rareza de mi país que no pasaba por la mente de nadie que el feliz poseedor de la 10 marcase o corriese a alguien. Si los rivales se tenían que preocupar por él mirá si se tenia que preocupar por los otros…

Lo admito, soy de otra generación: Los únicos corredores admirados eran los punteros –especie ya extinta hace unas décadas-, esos que iban pegados a la raya y toda la platea de ese lado se ponía de pie porque se olfateaba la llegada al fondo y el centro atrás de la muerte.

Y mi generación se transformó en mendiga: De un caño, de un sombrero, de un cambio de frente de 40 metros y al pié del compañero, de un tiro libre con el chanfle perfecto que la veías en el aire a la pelota y se preanunciaba el gol. Hasta en las palabras soy de otra generación: Ahora es rosca, no chanfle.

Y los mendigos del fútbol asistimos domingo tras domingo a lo que no nos van a dar; como el desarrapado que le pide una moneda al conductor de un Mercedes Benz nos cierran la ventanilla en la cara y nos ofrecen nada, que es ese compendio de rechazos con destino Júpiter, gestos tribuneros, pases que se erran estando el próximo de la misma camiseta a no más de 3 metros, remates al arco que los suele agarrar la doña que vive detrás de la cancha, goles en contra del rival festejados grotescamente como si hubiesen sido  producto de una genialidad propia, números 5 que no quitan ni distribuyen, arqueros que no saben lo que es retener una pelota, centro-delanteros que no cabecean… Y la número 10, que ya no significa nada.

El último ejemplar existente en todo el planeta Tierra se va y con él se cierra una época de ese hermoso deporte llamado fútbol. Quedarán los hábiles declarantes, los besadores de camisetas, los conocidos más por sus andanzas fuera de la cancha, los rechazadores, los corredores de la nada, los obedientes, los que no se salen del libreto ni bajo amenaza de muerte. Y también quedarán los aplaudidores de tamañas desgracias disfrazadas como eficacia y simpleza.

Chau Genio, hasta siempre.

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