¿Dejar atrás los ‘90?

Un tema recurrente en la blogósfera nac & pop –especialmente entre los blogueros mas jóvenes- es el tema de dejar atrás ciertas etapas de la historia nacional, que serían algo así como anclas que nos impedirían pensar el futuro. Yo me atendría para responder a esto al clásico de “los pueblos que no recuerdan los errores del pasado están condenados a repetirlos”, pero vamos a intentar hacer un poco mas profundo el razonamiento.

Es casi una obviedad que las sociedades, cualquiera esta sea, deben en algún momento saldar las cuentas con su pasado, como le pasaría a cualquier ser humano con algún problema que lo haya afectado en su infancia para poder seguir viviendo, pero eso no depende de decir “olvido todo y ya”, sino a ir a las causas del problema, llegar con el cuchillo al fondo en el diagnóstico (y por ende al dolor) y desde ahí, desde la compresión cabal y la tranquilidad de espíritu, operar sobre la realidad –que es subjetiva- para eliminar o al menos reparar en gran parte el daño causado. Y justamente, en el caso particular de nuestro país, los fantasmas del pasado se siguen discutiendo con el mismo ardor de época porque este proceso ni de lejos ha alcanzado el estadío citado anteriormente.

Quizás lo mas notorio para ejemplificar esta situación seria el tema de los juicios a los responsables de la masacre procesista; lo intentos por superar el pasado de horror –que arrancó con las instrucciones a los fiscales, siguió con la obediencia debida y el punto final y terminó a posteriori con el indulto menemista- no cuajó en la médula del problema, porque ni hubo arrepentimiento de los asesinos y, fundamentalmente, porque esta sociedad no podía caminar sobre miles de cadáveres insepultos. Se pedía con estas medidas algo imposible: Aceptar que alguien que respiró, militó, amó y fue amado quedara reducido y aceptado como un “desaparecido, alguien que no esta, que no tiene entidad”, repitiendo las cínicas palabras del carnicero Videla. El fallo de un juez sumado a la voluntad de un gobierno por poner este tema como un ítem superlativo en su agenda bastó para que el muro de silencio fuese derrumbado; y hoy este tema, que hace rato debería haber terminado si los gobiernos precedentes de los Kirchner/Fernández hubiesen tenido la valentía de hacerlo, sigue presente y vivo cual herida reciente.

Y metiéndonos ya en el título de post, la década de los ‘90 no puede ser dejada atrás justamente porque sus causas y efectos siguen vivos, tan vivos que la oposición de derecha –que incluye a prominentes figuras del peronismo- propone una vuelta insensata a las mismas políticas que provocaron un auténtico genocidio económico-social. Y si bien este gobierno ha hecho buenos y efectivos esfuerzo en paliar la herida, no alcanza. Resumamos un poco el “modelo”: Tipo de cambio alto para favorecer las exportaciones de productos primarios + retenciones a los mismos para acumular reservas + recreación –en parte-del mercado interno. Ahora bien, ¿Este es el modelo a futuro? ¿Seguir percibiendo retenciones de la soja, cuya frontera verde amenaza a todas las otras producciones del campo por su altos valores y rindes? ¿Quién mide las consecuencias de los desplazamientos de grupos poblacionales enteros de las provincias por la tecnificación del campo y el abandono de la agricultura familiar, que ante la falta de trabajo en sus lugares de origen, terminarán, mas tarde o mas temprano en alguna villa miseria del conurbano?. Y podríamos seguir con los mega emprendimientos mineros, que dan trabajo a unos pocos y altísimas tasas de ganancia a las empresas de capital extranjero que los explotan, por no decir el legado de contaminación y degradación que dejarán el día que se vayan, que hará la vida imposible en esos lugares. Es decir, si bien de otro rubro, tenemos unas cuantas Botnias en nuestro país.

Mas allá de la buena voluntad que le reconozco, este gobierno tiene su límite justamente en la falta de una decidida política industrial, que es en definitiva la generadora de empleo genuino. Bien la AUH, bastante menos bien el plan Argentina Trabaja, pero a no confundirse: Ambos son buenos calmantes, pero no atacan el problema de fondo. Aún hoy demasiadas persianas de fábricas -que tendrían la posibilidad al menos de abastecer al mercado interno- continúan cerradas. A pesar de los dichos de buena voluntad de una Mercedes Marcó del Pont -por poner un ejemplo- y su promesa de poner a los organismo estatales de crédito al servicio de la industria y la producción, en la práctica las decisiones siguen demoradas, pero lo que es peor a mi juicio es que desde el Gobierno no se sabe bien hacia donde orientar los esfuerzos productivos.

Que, cuándo, dónde, cómo y con qué debería producir nuestro país es una asignatura más que pendiente. Es evidente que destinar un crédito para levantar una empresa que produzca encendedores descartables de cigarrillos sería una perdida de dinero y esfuerzo, porque en ese nicho no se puede competir ni interna ni externamente con los chinos, que pueden mejorar con su políticas de bajísimo salarios y pro-dumping cualquier precio, pero no es así en el resto de las actividades. Hasta donde yo se, un sector vital como es el de la máquina-herramienta no ha merecido la mas mínima atención por parte de las autoridades nacionales, y es un sector vital, donde se aúnan puestos de trabajo y desarrollo de tecnología propia sin que la ganancia producida sea derivada a la casa matriz de alguna multinacional.

Cada remisería es un cachetazo a nuestras conciencias; fue y es un negocio derivado de las políticas noventistas. Tipos de 45/55 años que en la mayoría de los casos han tenido un pasado como empleados del circuito formal, hoy malviven trabajando 12 horas diarias de lunes a lunes por no más de $90 por día, sin posibilidades de enfermarse ni de jubilarse: O pagan su aporte como monotributistas o comen… y no es difícil imaginar cual es la elección. Y hay cientos de estos supuestos empleos que las estadísticas no registran en su calidad espúrea: Estoy cansado de ver a chicas muy jóvenes llevando bandejas de deliverys –otro “business” del menemato- que a veces parece que pesaran mas que sus cuerpos, 10 horas al día, llueva o truene, obviamente en negro, sin posibilidades de acceder a una educación superior porque hay que parar la olla en casa y los horarios no dan.

Mientras todo esto siga ahí, vivo, presente y sin políticas que vayan mas allá de recetar aspirinas, hablar de los ‘90 no solo es necesario, es ineludible.

 

Nota: La foto que ilustra el post es de la planta industrial semi-abandonada de la curtiembre C.I.D.E.C. en Villa Tesei, -ex-partido de Morón, actual Hurlingham-, que llegó a ser la segunda mas importante del país detrás de SADESA, con exportaciones a mas de 40 países. Allí tuve mi primer laburo a los 17 años, circa 1981).

Origen de la imagen: Mi-Web.org

 

Un muro lleno de silencios

Será la cercanías de las elecciones, será la percepción de un clima adverso, será que la realidad se pone esquiva como tantas otras veces, pero se nota en este pequeño mundillo de los blogs y Twitter una actitud cada vez mas cerrada, incomprensiblemente cerrada entre gente que supuestamente debería pertenecer a un mismo espacio, pero sin necesidad de compartir la misma cama; por lo menos, para quién esto escribe, no es necesario hoy.

Leo y releo a ese extraordinario dirigente gremial y revolucionario que fue el Gringo Tosco: “unidad en la acción”, y su gremio Luz y Fuerza era un ejemplo de eso, donde convivían marxistas de todos los pelajes, peronistas, erpianos, algunos otros solamente “tosquistas”; leo la consigna de la CGT de los Argentinos, dicha por el peronista Raimundo Ongaro: “Unirse desde abajo, organizarse combatiendo”. Nos cuenta Horacio Verbitsky en su libro “Hemisferio Derecho”, acerca de esta experiencia y del semanario que creó Rodolfo Wash y dónde él tenía a cargo la columna de la semana política:

“En la CGT de los Argentinos confluyeron experiencias históricas, clases sociales, ideologías y tradiciones culturales distintas (…). Fue el primer lugar en el que pudieron coexistir sin subordinaciones jerárquicas católicos y marxistas, obreros y estudiantes, peronistas y radicales. Discutían hasta caerse de cansancio, porque además cada uno militaba en un sindicato, un partido o un grupúsculo, una proto orga, un barrio o una agrupación, pero se respetaban porque tenían una tarea compartida

(las negritas son mías, NdA)

Y uno (iluso) cree que eso no perdió valor, al contrario, que por ahí pasa la cosa en la reconstrucción del campo popular en esta circunstancia de la historia, que ya llegará el momento de confluir orgánicamente en un nuevo partido de masas que sintetice lo mejor de cada experiencia. Pero no, leyendo lo que leo, la consigna del momento es estar adentro (del FPV) tragando cualquier batracio o terribles incongruencias porque “no hay que dividir frente al enemigo” y el que critica fraternalmente o no forma parte del mismo se lo trata de “funcional a la derecha”.

“Ladri-progresista”, “no meten los pies en el barro”, “currador de bancas ajenas”, “revolucionario de café”, “trosco trasnochado”, “izquierda de zapatitos blancos”…podría llenar una carilla entera con la creatividad de los muchachos a la hora de descalificar a los compañeros de ruta. Y no importa que hayas estado en la Plaza defendiendo la 125, un error gravísimo del gobierno pero que bancaste sabiendo quienes estaban enfrente, no importa que des la batalla de las ideas defendiendo las cosas buenas de esta administración, que te hayas peleado con medio mundo en agrias discusiones, que te tomes el laburo de contestar uno por uno y con largas explicaciones esos mails abominablemente racistas y facciosos que te mandan en cadena, que algunos amigos que aun te tienen aprecio te miren extrañados y te digan: “Che, ¿pero vos no sos marxista? ¿Qué haces defendiendo a este gobierno plagado de Reutemanns, Sciolis y Urtubeys?

Y uno esta ahí, en el medio, tratando de hacer la síntesis entre sus convicciones, que dentro del sistema capitalista no hay solución posible para la clase trabajadora (y aquí se incluye a los que quisieran ser trabajadores y no pueden, como los compañeros de los movimientos sociales) y entendiendo a su vez que esta etapa es de lucha y acumulación de fuerzas, por el ensanchamiento de las libertades democráticas y por la inclusión social, cuidándote muy bien de no transformarte en una patrulla perdida que plantee cosas descolgadas del nivel de conciencia de las masas, sin por eso hacer seguidismo pavote, aquello de el pueblo nunca se equivoca.

Pero parece todo inútil, que ese espacio no puede existir; es extraño que se ataque con munición pesada a los que a veces disentimos y se trate con mano de seda o se ignore piadosamente al enemigo propio. ¿Quién le hace mas daño al gobierno? ¿Carta Abierta, un grupo de intelectuales que pudiendo muy bien callarse la boca y ser invitados a cuánto vernissage se haga de gente como uno salió de la torre de marfil para dar testimonio de su época que hicieron una crítica quizás en forma y lugar inadecuados pero que bancó la 125 y las medidas más significativas de la actual administración? ¿o el facho del “Momo” Venegas, secretario general de UATRE -y aunque les duela, con tantas credenciales peronistas como el más ferviente kirchnerista- que se puso del lado de los patrones durante el intento de golpe de estado de las patronales agrarias- y que ahora es el hombre en las sombras de Del Sel, Duhalde y toda esa runfla de mafiosos? ¿Carlos Heller o Ricardo Jaime, el pésimo e invisible ex Secretario de Transporte? ¿Sabbatella o De La Sota? ¿Marcelo Saín o Casal?.

Leo en uno de los blogs de mi blogroll un post durísimo contra una (improbable) próxima movilización de la CTA, pero no puedo leer una sola línea acerca de los Cavallieris o Rodríguez que pululan en la CGT; es mas, hasta se llega a plantear que la CTA y movilizarse para alertar que cualquier ajuste que haya que hacer no lo paguen los trabajadores es ¡haberse pasado al bando enemigo! ¿Cómo se puede decir esta enormidad tan impunemente? ¿Cómo se puede tratar de “electoralera” esta consigna cuándo no hay nada mas real y justo que los empresarios que en estos 5 años de crecimiento continuo se llenaron los bolsillos ahora les toque poner algo?. Que manera de desconocer groseramente a aquellos que en la tiniebla menemista hicieron la gloriosa marcha blanca, mientras ciertos gordos asistían impávidos a la destrucción de sus propias organizaciones, cuando no directamente canjeaban desocupación por negocios personales, como el asesino Pedraza. El gobierno anterior ha tenido uno sus aliados mas firmes en la CTA, sin embargo, Néstor Kirchner ni se dignó en hacer un acto de justicia reconociéndoles la personería gremial y, por lo que se puede observar hasta ahora, Cristina Fernández sigue el mismo camino. No solamente fue injusto sino hasta un grueso error político, permitiendo que salga a escena la izquierda vulgar dentro de la Central, encarnada en De Gennaro y el inefable Pablo Micheli. Me pregunto y les pregunto: ¿Esta es la forma de obtener aliados? (Subordinación y valor, nenito, algún día llegara, eso si, no te movilices, te ninguneo permanentemente pero chito, no le hagas el juego a la reacción)

Curiosamente, el verticalismo que se reclama a los demás no es practicado cuando les toca estar en otro ámbito: En un comentario de ese mismo post, alguien escribe este tipo de cosas: “Che... yo estoy en la CTA... me siento para la mierda. Con mi sector, vamos a ir a la primera parte, a putear a Macri a la Jefatura de gobierno. Y volvemos pa’ las casas cuando la marcha dé la vuelta pal congreso”. ¿Cómo? ¿Y la organicidad que se les reclama a los demás? ¿Cuándo vos criticas esta bien y cuando otros critican esta mal? Ya que decís que hay que dar la discusión ADENTRO y bancarte la resolución de la mayoría (por mas que el sándwich venga con un Barrionuevo adentro), ¿Por qué no das la discusión dentro de tu organización sindical y si perdes lo aceptas para “no dividir”?

Y uno calla, en nombre de su propia consigna “unidad en la acción” y entiende que hay contradicciones secundarias, que la principal es parar el avance a veces incontenible de la derecha que pareciera haber ganado las mentes de esta Argentina amnésica, que esto se puede hacer desde diversos ángulos, que no necesariamente tenemos que estar hoy en el mismo espacio político. Pero no, ahí te piden que te desnudes a ver si te descubren algún pelillo gorila, si te bañaste, si te pusiste desodorante, te hacen pelar la escritura de la lealtad, mientras por la otra puerta pasan todo tipo de tránsfugas con la única condición de declamarse “peronistas”. Y pasa por ejemplo el Duhalde conspirador, el que transformó junto a Menem al Gran Buenos Aires en un gigantesco Soweto y encima después se lo felicita por las “manzaneras”, que es como felicitar al piromaníaco por haber creado el cuerpo de bomberos; y en otros lados van mas lejos aún, se lo considera un estratega de fuste que es elogiado hasta por Lula y Chávez, al que la Presidenta Cristina Fernández deberían prestar atención. Y al que escribe estos delirios se lo llama “Maestro de Doctrina” en otros blogs.

Lamentablemente, creo que por ahí no va la cosa; y que se entienda bien, lo digo desde el dolor. Por eso es que ya no comento mas en ningún blog (ya se, no le importa a nadie) de los que considero mis compañeros de ruta; en el mejor de los casos, a pesar de opinar fraternalmente y con respeto, solo se obtiene el silencio. Igual, seguiré bancando las cosas positivas de este gobierno, al que critico por lo que no hace, no por lo contrario como hace la oposición gorila.

Que meterse en el barro de la política no es lo mismo que enterrarse en la mierda.

 

Imagen: Vivencias de lo agridulce

The anti-moralist manifesto

El contubernio oligárquico ha encontrado su tema: la moral. No hay político «democrático» que no presente al gobierno como a una banda de facinerosos que logró mantenerse en el poder, gracias a la ignorancia de los más y al silencio impuesto sobre las minorías «ilustradas». ¿Cómo la oligarquía, la venal y corrupta oligarquía, se erige en custodio de la austeridad republicana y en censora atrabiliaria de sus enemigos, los gobiernos populares? Porque necesita aliados, un mínimo de pueblo, en suma, para poder triunfar. Va a buscarlos a la clase media, cuya debilidad y confusión explota, ocultando sus propios fines tras el canto de sirena de dos otras consignas eficaces.

La «moral» es una de ellas; vale decir, la lucha contra la «corrupción» del gobierno y sindicatos. Que se trata de un pretexto destinado a legitimar el alzamiento contra un gobierno de mayoría popular, lo dice quien lo esgrime: El grupo social más comprometido por sus fraudes, peculados y entregas. No obstante, el recurso obtiene resultados inmediatos e inflama el corazón de ciertos sectores de la pequeño-burguesía: Tienen éstos su lista de agravios contra el movimiento de las masas, justos algunos, hijos de la miopía o el resentimiento los más. La propaganda oligárquica moviliza este sector social a modo de fuerza de choque, tras banderas especiosas como «moralizar», «restaurar las libertades», etc.

Decía León Trotsky que cuando un pequeño-burgués habla de moral hay que echar mano al bolsillo, porque la cartera está en peligro. Pero el pequeño-burgués opera aquí -aunque no lo sepa- por cuenta ajena. La oligarquía aparenta un código estricto para juzgar a sus adversarios» llámense éstos Yrigoyen o Perón, Chávez o Correa. Pero, ¿Qué hay de ella?. La nobleza antigua simbolizaba en escudos el origen de sus linajes. De aplicarse el método a nuestra aristocracia terrateniente, junto a la vaca consabida, habría que poner una ganzúa. La historia de las tierras públicas, base de la fortuna y el poder oligárquicos, no es sólo «una historia de robos» sino de escándalos administrativos y complicidades gubernamentales. Bajo Rivadavia y Rosas, bajo Mitre y los gobiernos que lo sucedieron, los allegados al poder se abalanzaron sobre las tierras fiscales –las mejores y más extensas-, sin pagar un centavo o abonando precios irrisorios.

No hace mucho, un enemigo del peronismo / kirchnerismo ha tenido la franqueza de afirmar que Néstor Kirchner «nacionalizó el robo». Esta fórmula, que no aspira a ser cortés, encierra un panegírico. El sistema que caducó con la Alianza tenía sumido a nuestro pueblo al peor vasallaje de su historia; como resultado de improductivas servidumbres extranjeras, el país pagaba anualmente una suma que excedía en muchos millones el valor de nuestra producción. El peronismo -cuya política limitada y vacilante frente al capital extranjero es harina de otro costal- redujo ese drenaje agotador; aún admitiendo que los millones rescatados los hubiese acaparado en su totalidad (!) una burocracia ladrona, esa burocracia puso fábricas argentinas, dio trabajo a obreros argentinos, consumió productos argentinos, reactivó el proceso económico.

La oligarquía utiliza el peculado que acompaña a una política intrínsecamente justa, para filtrar sus propios objetivos, que ni son los del pueblo, ni están libres de pesada responsabilidad histórica. De este modo, conceptos claros se tergiversan, y no sorprenda que, confundidos los términos, como remedio de males nos propongan aceptar otros peores. ¿A qué obedece la moderna corrupción burocrática ? ¿Al fraude de los hombres o a la naturaleza de las instituciones? Sin responder con verdad a esta pregunta, mal puede aspirarse a una limpieza a fondo de tantos aprovechados y vividores como hoy pululan en la administración y en los gobiernos.

Quien se tome el trabajo de estudiar los vínculos entre los trusts y el poder político en los países imperialistas, encontrará que en ellos el Estado es sucursal de un puñado de monopolios. Jefes de estas gigantescas empresas ocupan puestos claves en la administración y el gobierno. Inversamente, los hombres públicos que «han cumplido» obtienen, al retirarse, alguna gerencia que les asegura la vejez. Para decirlo en pocas palabras, las burguesías yanqui-europeas, maduras y rapaces, gravitan decisivamente sobre sus Estados, y convierten la política en cárcel de obreros y flagelo de colonias. La burguesía, en aquellos países, crea el Estado, organizándolo a su imagen y semejanza.

A su vez, las naciones oprimidas, para romper o aligerar el yugo que las asfixia, necesitan concentrar al máximo sus energías políticas, económicas y culturales. Carecen de clases nacionales diferenciadas y maduras, y la presión imperialista obra como poderoso disociador. Esto es particularmente cierto en lo que se refiere a las burguesías nativas; en nuestros países existe una política nacional -reacción ante el insoportable vasallaje- antes de que aparezca una burguesía nacional madura. Pero mientras esa política no cuestione la estructura capitalista que, aunque atrasada, predomina en las semicolonias, tendrá un inevitable contenido burgués. De ahí que el Estado nacional, falto de una burguesía sobre la cual sustentarse, se vea en la necesidad de crearla por el doble método del proteccionismo y el aburguesamiento de la burocracia.

Este proceso, en cuanto tiene de corrupción, no es específico. La corrupción es el rasgo típico de todo Estado Burgués, por cuanto la sociedad capitalista, basada en la competencia, impele al enriquecimiento privado, no a la solidaridad social; lo que varía es la forma. En Estados Unidos la corrupción se manifiesta como influjo decisivo de los trusts sobre el gobierno, mediante sobornos, infiltración de adictos y «acomodo» de funcionarios en la industria privada. En las semicolonias el proceso es inverso: el Estado, buscando un apoyo burgués que no existe o es insuficiente, coloca a sus elementos en la jerarquía de la nueva clase de patrones industriales.

Por censurable que resulte el «sistema», el capitalismo burocrático es inherente a toda revolución burguesa en un país atrasado. Lejos de atenerse a una pasividad descriptiva, corresponde luchar por formas superiores, proletarias, de organización social. En último análisis, la verdadera lucha contra la corrupción pública, se liga a la conquista de un exhaustivo control popular sobre el Estado, la economía y la cultura. Pero cuando los agentes del gran capital vienen a moralizar contra la administración nacional como pretexto para empujarnos nuevamente a la dictadura del dólar o el euro, hay que responderles: «Señores, el pueblo mismo se encargará de barrer con las deformaciones burocráticas; de cruzar los límites burgueses de la revolución nacional. Pero mientras se elabora una conciencia colectiva a ese respecto (y por que así ocurra somos nosotros los que luchamos, no ustedes), preferimos que nos piquen las pulgas antes de que nos devoren los tigres disimulados de corderos».

La estrechez «moralista» conduce a descargar sobre determinados hombres las responsabilidades de un sistema, con lo cual una saludable dosis de inconformismo -que debió aplicarse a superar por adentro el proceso popular empujándolo más allá de su etapa burguesa-, pasa a gravitar en el bando opuesto, maniobrada por una oligarquía que no busca liquidar la propiedad burguesa sino afianzarla en sus formas más reaccionarias y parásitas: el capital imperialista y el latifundio. Este es el más grave cargo que merecen los apóstoles del moralismo, los Carrió y compañía que nos prometen un gobierno burgués limpio de polvo y paja. ¡Ridícula utopía de ingenuos o de pillos!.

La predisposición de la pequeña burguesía a absorber la propaganda moralista surge de sus propias condiciones de existencia. Tratase, por lo general, de una clase desligada del esqueleto de toda sociedad: la producción. Al revés de lo que ocurre con los burgueses industriales y el proletariado, su actividad se despliega en el terreno de la superestructura. Sin experiencia concreta de las causas y condicionantes reales, tiende a suplantar la consideración objetiva de los fenómenos por «sistemas» ideales. A la sociología antepone la especulación ética. Hemos visto, por ejemplo, que la corrupción burocrática es inherente al Estado burgués. El teórico de la clase media ignora este hecho, y la interpreta como una enfermedad moral, como una libre elección entre alternativas posibles, en el sentido de la más perniciosa.

Esta tendencia al subjetivismo idealista es reforzada por la atomización de las clases medias, las cuales, en contraste con el proletariado, carecen de la estructura y organización colectivas que dan la gran industria y los sindicatos. La clase obrera busca en la lucha gremial, en la elevación de la clase en su conjunto, satisfacción a los problemas individuales de sus componentes. Su realismo es esencialmente colectivista. El pequeño burgués finca su elevación en la competencia, es decir, en su actividad individual. Al voluntarismo práctico de la clase corresponde el voluntarismo ético de sus teóricos. Ambas tendencias, la subjetiva y la voluntarista, se conjugan para provocar una visión ética de los fenómenos sociales, envolviendo con la nube del moralismo las fuerzas que condicionan el hacer individual de los hombres, los partidos y los gobiernos.

Por otra parte, un sector importante de la clase media vivió durante décadas como parásito del sistema oligárquico. Cuando el país era una estancia y Buenos Aires su desagüe hacia Europa, algo de la renta nacional derivaba hacia esa clase media de empleados públicos y de empresas imperialistas, pequeños comerciantes y horteras, rentistas, tenedores de cédulas, jubilados del gobierno y de servicios públicos, que constituían el sistema conjuntivo del aparato oligárquico, y que, junto a los profesionales de todo tipo y pelambre, eran la aristocracia barrial de la ciudad-puerto.

Lectora de «Clarín» y «La Nación», admiradora de oídas de cuanto figurón oligárquico circule, inmersa en el «somos un país agrícola-ganadero» y electora a ratos de diputados «socialistas», esta clase media entra en el nuevo período sin comprender nada, y observa que sus «privilegios de pobras», su estabilidad relativa en un país que a diez cuadras del centro erigía las latas de Villa Desocupación, se eclipsa ante una clase obrera industrial poderosa en política y sindicalmente organizada, que goza de buenos salarios hasta el punto de eliminar los antiguos desniveles. Celosa de su «categoría», no admite un cuello duro ni un juego de comedor por debajo de sus pies; y lo que más la indigna es ver a un «cabecita» ganando lo que ella, vistiendo dignamente, comiendo todos los días. Si en la nueva burguesía ve una cáfila de aventureros enriquecidos, en el proletariado encuentra a los cómplices políticos del «saqueo». Este moralismo expresa en fórmulas «elevadas» la sorda indignación por «tener que cuidarse de las sirvientas».

El tema del moralismo en la política argentina es parte de la táctica oligárquica de dividir el frente del pueblo, aislando a sus sectores más revolucionarios y consecuentes -el proletariado y las masas pobres del interior- de la pequeña burguesía urbana y rural. Esta táctica utiliza las inconsecuencias de una jefatura política transitoria, para descalificar en su conjunto al movimiento de las masas, y manchar sus banderas de lucha. Al mismo tiempo, presenta al conglomerado opositor como ejemplo de pulcritud moral, espíritu democrático y eficiencia económico-administrativa.

Ya hemos visto cómo la clase media es arrastrada a pactar con la aristocracia y sus personeros, a través de fáciles demagogos como la jefa de la Coalición Cívica y el Hijo Pródigo. No obstante, la contradicción entre la pequeña burguesía y el proletariado, por momentos tan áspera, no es esencial sino el resultado de contingencias históricas. El yugo oligárquico exprime al país en su conjunto, y no es la clase media, por cierto, la que saldrá mejor parada de esta tentativa de imponer a los argentinos una nueva década infame. Más que las palabras, confiamos en la experiencia colectiva; más que en nuestros discursos sobre la moral hipócrita y la mentida «democracia» de estos dignos descendientes de la emigración unitaria, serán –si es que triunfan- sus actos de gobierno los que se encargan de disipar equívocos, y mostrar quiénes son los amigos, y dónde están los explotadores.

La restauración oligárquica que se pretende imponer y que agravará sin resolverlos todos los problemas argentinos, producirá su antítesis, en la que los trabajadores tendrán la última palabra.

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Nota del autor: El texto es una adaptación con ligeras variantes y aggionarmiento de ciertos nombres del publicado en 1956 por Jorge Enea Spilimbergo, “El Moralismo: Utilización oligárquica de la clase media”, como apéndice de su libro “Nacionalismo Oligárquico y Nacionalismo Revolucionario”.

Imágen: Tijolaço.com

La herencia cultural del menemato

Nota: Observando los resultados electorales de las elecciones 2011 en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y con los primeros datos que van llegando desde Santa Fe, donde un menemista reload como Miguel del Sel está en un cómodo segundo lugar y con una amplísima cosecha de votos, viene a cuento transcribir un post que escribí en otro blog hace más de dos años atrás.

 

Cuando se analizan los sucesos del 2008, en especial lo referido a la actitud asumida por la clase media de los grandes centros urbanos durante el intento de golpe de estado de las patronales del complejo agro-financiero y sus mucamas de turno, se suele dejar de lado un aspecto a mi juicio central: La herencia cultural (tan profunda como la económica) que nos ha dejado los diez años de gobierno de Carlos Menem.

El menemato fue la puesta en primer plano de los deseos imaginarios de clase media, la encarnación de sus deseos más profundos; no tomo en cuenta el "deme dos" durante la dictadura, porque esto es (¿fue?) vivido y recordado en forma culpógena (algo similar pasa al recordar el campeonato mundial de fútbol del '78). Por primera vez en la historia, un gobierno elegido democráticamente puso estos deseos en primer plano: Para empezar, la sensación de cobrar el salario en dólares, la moneda mundial, ya lograba separarla de lo que nunca quiso ser y temió, es decir, parte de Latinoamérica, ergo, lejos de la "negrada". Era muy usual en aquellos años que sus integrantes mas extremadamente cholulos excluyeran de su lenguaje coloquial toda referencia a la moneda local: todo era en dólares, los autos, la ropa de marca, los perfumes, es decir, todos los objetos que representaban, al poseerlos, la sensación de "haber llegado"; la mención al peso se dejaba para los artículos que lamentablemente tenían que comprar al igual que el gronchaje: el azúcar, la harina, la sal, el pan, etc.

Como un derivado de esto, el dólar barato le permitió a este grupo social acceder quizás al máximo símbolo de su pertenencia a ese mundo deseado: viajar al exterior. No soy partidario de las anécdotas, en general estoy convencido que no se puede universalizar a partir de hechos un tanto pequeños, pero creo que vale en este caso: Allá por el '96, yo trabajaba en una empresa multinacional de capitales originales brasileños; era una empresa típica de las de ahora, con muchísima gente joven, un promedio de edad no superior a los 27 años (yo era el mas jovato con 34); esos arquetípicos jóvenes de cero formación política, vestidos con camisas Polo, muy prolijos, con autos flamantes y con temas de charla tipo que pub era el mas irlandés de todos. Uno de ellos (que ganaría en esos momentos $2.500, o U$S 2.500), me comenta que se iba a casar, etc, etc; yo, con formación tana de vacacionar en la Costa, le pregunto donde se iba a ir de luna de miel y le tiro varios destinos: Bariloche, Cataratas, Córdoba....a lo que me responde "No, me voy a Europa, vamos a ir a España, Francia, Italia y Alemania, ya me alquilé un Renault Laguna para los traslados". Pucha pensé, yo gano mas que este tío y no puedo salir de La Lucila del Mar; profundizando un poco (debo admitir que me hizo sentir como un nabo que no sabía administrar su economía) me di cuenta que ese viaje lo financiaba con tarjeta de crédito a 10.000 cuotas. Me es imposible transcribir el tono con el que me dijo "No, me voy a Europa", pero fue como si me dijera "Lo de acá es de cuarta, man, yo voy al primer mundo". El gobierno de la Alianza, cuya núcleo duro social fue esta clase media, al asumir no toca  la convertibilidad (que ya a esa altura se demostraba insostenible) no sólo por miedo a una corrida bancaria y fuga de depósitos, sino porque, justamente, no estaban dispuestos a romper con esta ilusión de "ser ciudadanos del mundo" por primera vez que tenía gran parte de su electorado. Cuando estalla la crisis del 2001, el reproche profundo y nunca explicitado de los sectores medios hacia el gobierno era "¡Nos sacaron del Primer Mundo!".

Partiendo desde allí, es posible entender el porqué, casi insólitamente, la clase media urbana apoyó prácticamente sin fisuras el reclamo de la gauchocracia que, de triunfar y paradójicamente, es casi como pegarse un tiro en el pié (kilo de lomo a $80, suba de tarifas de servicios, retorno al FMI y a sus políticas de ajuste ultra-ortodoxo, entre otros). Si no se pone en el centro del debate esta fortísima herencia cultural que nos legó el menemato no se puede entender la realidad de estos días, porque objetivamente, este sector junto a los empresarios PyMEs mas la mayoría de las empresas mediano/grandes que en un 90% viven del mercado interno fueron los más amplios favorecidos por las políticas económicas de los gobiernos de Kirchner / Fernández. Y sin embargo, todo juntos fueron el ariete y tropa de choque de la gran burguesía.

Esta herencia cultural, insisto, no es un dato menor a la hora de analizar la realidad y sospecho que cualquier medida que el Gobierno tome, ya sea el plan para comprar autos 0km como para extender los créditos al consumo de electrodomésticos (medidas de seducción típicas para este sector), no tendrán ninguna incidencia a la hora del voto de estos sectores. Nadie esta dispuesto a romper la escalera por la que cree que puede ascender.

Para finalizar, una frase que escuché por ahí:

"Para la clase media, comprarse un televisor LCD de 42 pulgadas no es motivo de alegría, es apenas un derecho divino"

El intendente del Municipio de Merlo (Provincia de Buenos Aires), Raúl Othacehé nunca se ha caracterizado por su tolerancia y apego a las prácticas democráticas. Hoy parte oportunista del FpV –si ir muy lejos, en el 2003 acompañó al ex gobernador del Estado Libre Asociado de San Luis, el inefable Adolfo Rodríguez Saá- este duhaldista de paladar negro que se recicla según la ocasión, y como buen patrón de estancia, ha transformado al Municipio en un territorio hostil y de coto de caza de cualquier político, agrupación o simples ciudadanos de a pié que osen cuestionarle su (muy) poca transparente gestión, utilizando todo tipo de métodos para tal fin, desde la circulación de panfletos anónimos a la agresión física lisa y llana, -mas propios de trágicas décadas pasadas en la historia argentina que de este presente de pluralidad y respeto- y en total disonancia y contradicción con el discurso apaciguador que se emite desde el Poder Ejecutivo Nacional.

Sería muy extenso nombrar cada una de las canalladas, arbitrariedades y actos de violencia cometidas por Othacehé y sus Sturmabteilung compuestas, entre otros, por las barras bravas de los clubes de fútbol de la zona, como Deportivo Merlo, Argentino de Merlo y Midland. Bastaría decir que debe ser uno de los pocos dirigentes políticos argentinos involucrados en una denuncia ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos , organismo que aceptó tratar la misma. Con fuertes lazos e influencia en los Tribunales de Morón (cuya jurisdicción abarca el Municipio de Merlo) y en la tristemente célebre Maldita Policía Bonaerense, hasta ahora ha logrado sortear las numerosas denuncias en su contra, como el asesinato del joven Matias Silva.  Aún se recuerda la noche de terror que padecieron los habitantes de Merlo que el 22 de Febrero del 2002 salieron a protestar a la avenida principal por el servicio de agua contaminada que estaban recibiendo, cuando sin ningún tipo de presencia policial –que “curiosamente” sí se hizo presente al terminar todo- 150 matones coreando consignas a favor del Vasco los molieron literalmente a palos.

En Agosto del 2010, un grupo de militantes del partido Nuevo Encuentro –la pesadilla nueva que ha potenciado su natural irascibilidad- que se encontraba juntando firmas a favor del proyecto para transformar en ley la Asignación Universal por Hijo fue atacado por una de sus patotas en la intersección de las calles Irigoyen y Garay, sufriendo el destrozo de sus materiales de propaganda y hasta el robo de efectos personales, todo oportunamente denunciado ante la Comisaría 1ª de Merlo y sin que hasta la fecha –otra “casualidad”- se haya logrado identificar a los agresores. Y el viernes 18 de Marzo de 2011 ya las cosas tomaron un cariz muy preocupante para la democracia argentina; al respecto, transcribimos un comunicado de la juventud de Nuevo Encuentro de Merlo:

Jóvenes militantes del Encuentro por la Democracia y la Equidad que se encontraban repartiendo información partidaria en el centro de la ciudad de San Antonio de Padua, partido de Merlo, fueron violentamente agredidos por una patota. El hecho se inició cerca de las 18 de hoy en las inmediaciones de la estación del ferrocarril de la ex línea Sarmiento, cuando cuatro hombres bajaron de dos vehículos (un Gol negro, sin patente, y un Peugeot 306 rojo, patente ACN 349) y comenzaron a increpar con insultos a un grupo de militantes del EDE, entre quienes estaba la concejala merlense Patricia Álvez.

Los jóvenes de la fuerza que lidera el diputado nacional Martín Sabbatella suspendieron el reparto de volantes y se retiraron por la avenida Rivadavia sin responder a las agresiones de los integrantes de la patota que, entre insultos, gritaban: "Váyanse a Morón" y "No militen más en Merlo". Pero en la céntrica calle Noguera, a metros de Rivadavia, fueron alcanzados nuevamente por los agresores que esta vez golpearon fuertemente a dos militantes, Claudio Ricartes y Alejandro Mileti, y se escaparon caminando y a los gritos entre la gente.

Producto de la agresión, Mileti debió ser hospitalizado y se encuentra en observación médica.

Aunque son reiteradas las agresiones contra militantes y locales partidarios del Encuentro en Merlo, donde gobierna el intendente Raúl Othacehe, es la primera vez que se produce una golpiza a plena luz del día y ante la vista de centenares de personas.

La denuncia fue presentada en la fiscalía de turno de Morón.

Para más información, comunicarse al 154022-6188

A continuación, podemos ver una de las consecuencias de estas prácticas autoritarias que deberían ser desterradas definitivamente de la política argentina, antes que se genere un nuevo Mariano Ferreyra:

Alejandro_Mileti_golpeado_patota_Othacehé

Y para terminar de confirmar que la práctica política de Othacehé es apenas una variante de la dialéctica fascista de los puños y las pistolas, ayer jueves 21 de Junio mientras Martín Sabbatella -candidato a gobernador de la Provincia de Buenos Aires por el EDE- realizaba una caminata por la ciudad de Merlo volvió a recibir agresiones e insultos de los esbirros del compañero Vasco.

¿A esto también hay que cargarlo en la cuenta “bancamos cualquier cosa que hagan los que bancan el proyecto nacional y popular” (dudo que Othacehé banque otra cosa que no sea se propia persona, NdA) o se discute de una buena vez ese “nosotros” que en ocasiones como esta parece tan lejano?.

Siempre se puede decir no: Los Shministim

La palabra shministim hace alusión a los "estudiantes del último año de bachillerato" en hebreo, pero se ha convertido en la insignia de jóvenes objetores de conciencia que se niegan a engrosar las filas del ejército israelí porque están en contra de la ocupación de Palestina. Se trata de pibes que terminados sus estudios se enfrentan con la opción que magnánimamente les ofrece el fascismo sionista: ejército o cárcel.
El origen de este movimiento se puede rastrear a principio de la década de 1970, cuando con el antecedente de la guerra de 1967 todavía fresco en la memoria colectiva, un grupo de jóvenes estudiantes envió una carta a Golda Meir, por entonces Primera Ministra israelí, donde explicaban su convicción en la necesidad de abandonar el militarismo como vía que solo podía conducir a más guerras y baños de sangre; ningún mandatario ha prestado atención a las cartas hasta el presente. El servicio militar es obligatorio en Israel (excepto para los israelíes que no profesan la religión judía) así que los objetores de conciencia son procesados y detenidos en prisión por períodos de dos o tres meses y así durante tres años, hasta que las autoridades se cansen o ellos se rindan y/o quiebren emocionalmente. No sólo sufren la persecución de las autoridades israelíes, sino que mucho de ellos son repudiados por sus propias familias y amigos a raíz de su elección.

Estos chicos le dan con su prédica diaria un cachetazo al fascismo, un doble cachetazo en realidad: Uno al fascismo israelí y otro al fascismo de los que quieren achacar la masacre de los territorios palestinos a “los judíos”; para desmentir que Israel representa a todos los judíos del mundo, recomiendo ir a éste enlace. Israel representa los intereses de su burguesía y a los sectores reaccionarios del Imperio, a los cuales sirve diligentemente como gendarme de Medio Oriente. Como dice Adorno en en su Dialéctica Negativa, la trampa identitaria es la forma de pensamiento que diluye totalmente la particularidad en la generalidad, lo concreto en lo abstracto. Para hacerlo un poco mas entendible: Las burguesías, para arrastrar a las clases dominadas en la defensa de sus intereses, reemplazan lo particular (los intereses de clase) por lo general (“todos somos el campo”, por ejemplo) y lo concreto (la lucha de clases) por lo abstracto (la supuesta defensa de la patria judía en el caso israelí); es la racionalidad instrumental que corresponde a la lógica y a la praxis del funcionamiento y reproducción de la modernidad tecnocrática, cuyo paradigma es el capitalismo.

Si queres ayudar de alguna manera a estos pibes, poder ir aquí y firmar la carta dirigida al Ministerio de Defensa de Israel; para conocer mas acerca de los Shministim, hacer clic en este enlace.

Lecturas: Elogio de Marx, por Terry Eagleton

Alabar a Karl Marx puede parecer tan perverso como dedicarle una palabra amable al estrangulador de Boston. ¿No eran las ideas de Marx responsables de despotismo, asesinato en masa, campos de trabajo, catástrofe económica y pérdida de libertad para millones de hombres y mujeres? ¿No fue uno de sus devotos discípulos un campesino georgiano paranoide de nombre Stalin, y no hubo otro que fue un brutal dictador chino que bien puede haber teñido sus manos con la sangre de unos 30 millones de personas?

La verdad es que Marx no fue más responsable de la opresión monstruosa del mundo comunista de lo que lo fue Jesús de la Inquisición. Por un lado, Marx habría despreciado la idea de que el socialismo pudiera echar raíces en sociedades atrasadas, de una pobreza desesperada y crónica, como Rusia y China. Si así fuera, entonces el resultado sería simplemente lo que él llamó “la escasez generalizada”, lo que quiere decir que todo el mundo estaría privado, no sólo los pobres. Esto significaría volver a “toda la porquería anterior” -o, con una traducción menos fina, a “la mierda de siempre”. El marxismo es una teoría de cómo las adineradas naciones capitalistas podrían utilizar sus inmensos recursos para lograr la justicia y la prosperidad para sus pueblos. No es un programa por el cual naciones carentes de recursos materiales, de una cultura cívica floreciente, de un patrimonio democrático, de una tecnología bien desarrollada, de tradiciones liberales ilustradas y de una mano de obra educada y cualificada puedan catapultarse a sí mismas a la era moderna.

(…) de otra parte, este desarrollo de las fuerzas productivas (que entraña ya, al misma tiempo, una existencia empírica dada en un plano histórico-universal, y no en la existencia puramente local de los hombres) constituye también una premisa práctica absolutamente necesaria, porque sin ella sólo se generalizaría la escasez y, por tanto, con la pobreza, comenzaría de nuevo, a la par, la lucha por lo indispensable y se recaería necesariamente en toda la porquería anterior.
Karl Marx, La ideología alemana.

Marx sin duda quería ver prosperar la justicia y la prosperidad en tales lugares. Escribió con rabia y con elocuencia acerca de varias de las oprimidas colonias de Gran Bretaña, y no menos de Irlanda y de la India. Y el movimiento político que su trabajo puso en marcha ha hecho más para ayudar a las naciones pequeñas a deshacerse de sus amos imperialistas que cualquier otra corriente política. Sin embargo, Marx no era tan incauto como para imaginar que el socialismo se pudiera construir en esos países sin que las naciones más avanzadas les prestaran su ayuda. Y eso significaba que la gente común de los países avanzados tenían que arrancar los medios de producción de manos de sus gobernantes y ponerlos al servicio de los condenados de la tierra. Si esto hubiera sucedido en la Irlanda del siglo XIX, no habría habido el hambre que envió a un millón de hombres y mujeres a la tumba y a otros dos o tres millones hasta los confines de la tierra.

Hay un sentido en el que el conjunto de los escritos de Marx se pueden resumir en varias preguntas embarazosas: ¿Por qué el Occidente capitalista ha acumulado más recursos de los que jamás hemos visto en la historia humana y, sin embargo, parece incapaz de superar la pobreza, el hambre, la explotación y la desigualdad? ¿Cuáles son los mecanismos por los cuales la riqueza de una minoría parece engendrar miseria e indignidad para la mayoría? ¿Por qué la riqueza privada parecen ir de la mano con la miseria pública? ¿Es, como sugieren los reformistas liberales de buen corazón, que no hemos conseguido eliminar estas bolsas de miseria humana, pero que lo haremos con el paso del tiempo? ¿O es más plausible sostener que hay algo en la naturaleza del capitalismo que genera privación y desigualdad, tan cierto como que Charlie Sheen genera chismes?

Marx fue el primer pensador en hablar en esos términos. Este desarrapado exiliado judío, un hombre que una vez comentó que nadie había escrito tanto sobre el dinero y tenía tan poco, nos legó el lenguaje con el que el sistema en que vivimos puede ser entendido como un todo. Sus contradicciones fueron analizadas, su dinámica interior dejada al descubierto, sus orígenes históricos examinados y su potencial caída anunciada. Esto no quiere decir que Marx considerara al capitalismo simplemente como una Mala Cosa, como admirar a Sarah Palin o echar el humo del tabaco a la cara de los niños. Por el contrario, era extravagante en su alabanza de la clase que lo creó, un hecho que tanto sus críticos como sus discípulos han disimulado convenientemente. No hay sistema social en la historia, escribió, que haya demostrado ser tan revolucionario. En un puñado de siglos, las burguesías (middle classes) capitalistas habían borrado de la faz de la tierra casi todo el rastro de sus enemigos feudales. Habían acumulado tesoros materiales y culturales, inventado los derechos humanos, emancipado a los esclavos, derrocado a los autócratas, desmantelado los imperios, lucharon y murieron por la libertad humana, y sentaron las bases de una civilización verdaderamente global. Ningún documento prodiga elogios tales como ese histórico y poderoso logro que es El Manifiesto Comunista , ni siquiera el Wall Street Journal. [2]

Eso, sin embargo, fue sólo una parte de la historia. Hay quienes ven la historia moderna como un relato apasionante de progreso, y quienes lo ven como una larga pesadilla. Marx, con su perversidad habitual, pensó que era ambas cosas. Cada avance de la civilización ha traído consigo nuevas posibilidades de barbarie. Los lemas de la gran revolución burguesa (middle-class), “Libertad, Igualdad, Fraternidad”, fueron también sus consignas. Él simplemente se preguntó por qué esas ideas no podrían ponerse en práctica sin violencia, pobreza y explotación. El capitalismo había desarrollado energías y capacidades humanas más allá de toda medida anterior. Sin embargo, no había utilizado esas capacidades para hacer que los hombres y mujeres se liberaran de la fatiga inútil. Por el contrario, se los había forzado a trabajar más duro que nunca. En las civilizaciones más ricas de la tierra se padecía tanto como en sus antepasadas ​​del Neolítico.

Esto, consideraba Marx, no era debido a la escasez natural. Se debía a la forma peculiarmente contradictoria en la que el sistema capitalista genera sus fabulosas riquezas. Igualdad para algunos significa desigualdad de los demás, y libertad para algunos supone opresión e infelicidad para muchos. La voracidad del sistema a la búsqueda de poder y beneficio había convertido las naciones extranjeras en colonias esclavizadas, y a los seres humanos en juguetes de las fuerzas económicas más allá de su control. Había asolado el planeta con la contaminación y la hambruna masiva, y cicatrizado con guerras atroces. Algunos críticos de de Marx señalan con razón la atrocidad de los asesinatos en masa en la Rusia y la China comunistas. No suelen recordar con idéntica indignación los crímenes genocidas del capitalismo: las hambrunas de finales del siglo XIX en Asia y África en los que murieron muchos millones de personas; la carnicería de la Primera Guerra Mundial, en la que las naciones imperialistas masacraron a sus propios trabajadores en la lucha por los recursos mundiales; y los horrores del fascismo, un régimen al que el capitalismo tiende a recurrir cuando su espalda está contra la pared. Sin el sacrificio de la Unión Soviética, entre otras naciones, el régimen nazi aún podría estar incólume.

Los marxistas alertaron de los peligros del fascismo mientras los políticos del llamado mundo libre seguían preguntándose en voz alta si Hitler era un tipo tan desagradable como lo pintaban. Casi todos los seguidores actuales de Marx rechazan las villanías de Stalin y de Mao, mientras que muchos no-marxistas seguirían defendiendo enérgicamente la destrucción de Dresde o Hiroshima. Las modernas naciones capitalistas son en su mayor parte fruto de una historia de genocidio, violencia y exterminio igual de detestables que los crímenes del comunismo. El capitalismo también fue forjado con sangre y lágrimas, y Marx estuvo allí para presenciarlo. Es sólo que el sistema ha estado funcionando el tiempo suficiente para que la mayoría de nosotros olvidemos ese hecho.

La selectividad de la memoria política tiene algunas curiosas formas. Tomemos, por ejemplo, el 11/S. Me refiero al primer 11/S, no al segundo. Me refiero al 11/S que tuvo lugar exactamente 30 años antes de la caída del World Trade Center, cuando los Estados Unidos ayudaron a derrocar al gobierno democráticamente elegido de Salvador Allende en Chile, instalando en su lugar a un dictador odioso que asesinó muchas más personas de las que murieron en ese terrible día en Nueva York y Washington. ¿Cuántos estadounidenses son conscientes de ello? ¿Cuántas veces ha sido mencionado en Fox News? [3]

Marx no era un soñador utópico. Por el contrario, comenzó su carrera política peleando ferozmente con los utópicos soñadores que le rodeaban. Tenía tanto interés en una sociedad humana perfecta como lo pueda tener un personaje de Clint Eastwood, y nunca habló de forma tan absurda. No creía que hombres y mujeres pudieran superar al Arcángel Gabriel en santidad. Por el contrario, creía factible que el mundo pudiera convertirse en un lugar considerablemente mejor. En eso fue un realista, no un idealista. Quienes de verdad esconden la cabeza -la moral de avestruz de este mundo- son aquellos que niegan que no puede haber ningún cambio radical. Se comportan como si Padre de familia y la pasta dentífrica multicolor fuera a seguir existiendo en el año 4000. Toda la historia de la humanidad refuta este punto de vista.

El cambio radical, sin duda, puede no ser para mejor. Tal vez el único socialismo que veamos sea uno impuesto a un puñado de seres humanos que puedan escabullirse de algún holocausto nuclear o de un desastre ecológico. Marx habla incluso agriamente de la posible “mutua ruina de todos los partidos”. Un hombre que fue testigo de los horrores de la Inglaterra industrial-capitalista era poco probable que albergara presunciones idealistas acerca de sus congéneres. Todo lo que quería decir es que hay recursos más que suficientes en el planeta para resolver la mayoría de nuestros problemas materiales, así como que había comida más que suficiente en Gran Bretaña en la década de 1840 para alimentar a la hambrienta población irlandesa varias veces. Es la manera en que organizamos la producción lo que es crucial. Notoriamente, Marx no nos proporcionó un plan sobre cómo hacer las cosas de forma diferente. Es bien sabido que tiene poco que decir sobre el futuro. La única imagen del futuro es el fracaso del presente. No es un profeta en el sentido de mirar en una bola de cristal. Es un profeta en el sentido bíblico de alguien que nos advierte de que, a menos que cambiemos nuestras injustas maneras, es probable que el futuro sea muy desagradable. O que no haya futuro en absoluto.

El socialismo, pues, no depende de un cambio milagroso en la naturaleza humana. Algunos de los que defendieron el feudalismo contra los valores capitalistas en la Baja Edad Media predicaban que el capitalismo nunca funcionaría, ya que era contrario a la naturaleza humana. Algunos capitalistas ahora dicen lo mismo sobre el socialismo. Sin duda hay una tribu en algún lugar de la cuenca del Amazonas que cree que no puede sobrevivir un orden social donde un hombre puede casarse con la mujer de su hermano fallecido. Todos tendemos a absolutizar nuestras propias condiciones. El socialismo no ahuyentaría la rivalidad, la envidia, la agresión, la posesividad, la dominación y la competencia. El mundo todavía mantendría su ración de matones, tramposos, vividores, oportunistas y psicópatas ocasionales. Es sólo que la rivalidad, la agresión y la competencia ya no adquirirían la forma de ciertos banqueros quejándose de que sus bonos se han reducido a un unos miserables 5 millones de dólares, mientras que millones de personas en todo el mundo luchan por sobrevivir con menos de 2 dólares al día.

Marx fue un pensador profundamente moral. Habla en El Manifiesto Comunista de un mundo en el que “el libre desarrollo de cada uno condicione el libre desarrollo de todos”. Este es un ideal para guiarnos, no una condición que podamos alcanzar nunca del todo. Pero su lenguaje es sin embargo significativo. Como buen humanista romántico, Marx creía en la singularidad del individuo. La idea impregna sus escritos de principio a fin. Tenía pasión por lo sensualmente específico y aversión a las ideas abstractas, a pesar de lo ocasionalmente necesarias que pensaba que podrían ser. Su llamado materialismo está en la raíz del cuerpo humano. Una y otra vez, habla de la sociedad justa como aquella en la que hombres y mujeres sean capaces de realizar sus poderes y capacidades distintivos en sus propias formas distintivas. Su objetivo moral es la autorrealización placentera. En esto se une a su gran mentor Aristóteles, que entiende que la moralidad trata de cómo florecer más rica y agradablemente, y no ante todo (como la edad moderna desastrosamente imagina) sobre las leyes, derechos, obligaciones y responsabilidades.

¿Cómo este objetivo moral difiere del individualismo liberal? La diferencia es que, para lograr la verdadera realización personal, Marx cree que los seres humanos deben encontrarla en los otros, los unos a través de los otros. No es sólo una cuestión de que cada uno haga sus propias cosas aislado de los demás. Lo que ni siquiera sería posible. El otro debe ser el terreno de nuestra propia realización, al mismo tiempo que él o ella nos proporcionan nuestra misma condición. A nivel interpersonal, es lo que se conoce como amor. En el plano político, se lo conoce como socialismo. El socialismo para Marx sería simplemente cualquier conjunto de instituciones que permitieran que esta reciprocidad ocurriera en la mayor medida posible. Piénsese en la diferencia entre una empresa capitalista, en la que la mayoría trabaja para el beneficio de unos pocos, y una cooperativa socialista, en la que mi propia participación en el proyecto aumenta el bienestar de todos los demás, y viceversa. No se trata de que haya un santo auto sacrificio. El proceso está integrado en la estructura de la institución.

El objetivo de Marx es el ocio, no el trabajo. La mejor razón para ser un socialista, excepto para los pesados a los que sucede que no les gusta, es que detestas tener que trabajar. Marx pensaba que el capitalismo había desarrollado las fuerzas productivas hasta el punto de que, bajo relaciones sociales diferentes, podrían ser utilizadas para emancipar a la mayoría de hombres y mujeres de las formas más degradantes de trabajo. ¿Qué pensaba que íbamos a hacer entonces? Lo que quisiéramos. Si, como el gran socialista irlandés Oscar Wilde, optamos simplemente por estar todo el día echados, con vaporosas prendas carmesí, bebiendo absenta y leyéndonos las páginas impares de Homero uno a otro, entonces que así sea. La cuestión, sin embargo, era que este tipo de actividad libre tenía que estar disponible para todos. Nosotros ya no toleraríamos una situación en la que la minoría tuviera tiempo de ocio porque la mayoría tuviera que trabajar.

Lo que interesaba a Marx, en otras palabras, era lo que un poco engañosamente se podría llamar lo espiritual, no lo material. Si las condiciones materiales tuvieran que ser cambiadas, que lo fueran para liberarnos de la tiranía de lo económico. Él mismo era asombrosamente muy leído en literatura mundial, le encantaba el arte, la cultura y la conversación civilizada, se deleitaba con el ingenio, las comicidad y el buen humor, y una vez fue perseguido por un policía por romper una farola en el transcurso de una juerga. Era, por supuesto, ateo, pero no hay que ser religioso para ser espiritual. Fue uno de los muchos y grandes herejes judíos, y su obra está saturada de los grandes temas del judaísmo, como la justicia, la emancipación, el Día del Juicio, el reinado de paz y abundancia, la redención de los pobres.

¿Qué hay, pues, del pavoroso Día del Juicio final? ¿No preveía Marx que la humanidad requeriría una revolución sangrienta? No necesariamente. Pensaba que algunos países, como Gran Bretaña, Holanda y los Estados Unidos, podrían alcanzar el socialismo en paz. Si bien era un revolucionario, era también un vigoroso campeón de la reforma. En cualquier caso, cuando las personas dicen que se oponen a la revolución por lo general eso significa que les disgustan ciertas revoluciones, y otras no. ¿Son los estadounidenses antirrevolucionarios hostiles a la Revolución Americana como lo son a la cubana? ¿Se frotan las manos con las insurrecciones recientes de Egipto y Libia, o con las que derribaron las potencias coloniales en Asia y África? Nosotros mismos somos productos de levantamientos revolucionarios ocurridos en el pasado. Algunos procesos de reforma han sido mucho más sangrientos que algunos actos revolucionarios. Hay tantas revoluciones de terciopelo como violentas. La Revolución Bolchevique se llevó a cabo con escasas pérdidas humanas. La Unión Soviética que engendró cayó unos 70 años más tarde, sin apenas derramamiento de sangre.

Algunos críticos de Marx rechazan una sociedad dominada por el Estado. Y así lo pensaba él. Detestaba la política de Estado tanto como le disgusta al Tea Party, aunque por razones bastante menos chuscas. ¿Fue, podrían preguntar las feministas, un patriarca victoriano? Por supuesto. Pero como algunos comentaristas (no marxistas) modernos han señalado, fueron los hombres del mundo socialista y comunista, hasta el resurgimiento del movimiento de las mujeres en la década de 1960, los que consideraron que la cuestión de la igualdad de la mujer era vital para otras formas de liberación política. La palabra “proletariado” se refiere a los que en la sociedad antigua eran demasiado pobres para servir al Estado con otra cosa que no fuera el fruto de su vientre. “Proletarios” significa “descendientes”. Hoy en día, en los talleres y en las pequeñas granjas del tercer mundo, el típico proletario sigue siendo una mujer.

Lo mismo ocurre con las cuestiones étnicas. En las década de 1920 y 1930, prácticamente los únicos hombres y mujeres que predicaban la igualdad racial eran comunistas. La mayoría de los movimientos anticoloniales fueron inspirados por el marxismo. El pensador anti socialista Ludwig von Mises describe el socialismo como “el movimiento de reforma más potente que la historia haya conocido jamás, la primera tendencia ideológica no limitada a una parte de la humanidad, sino respaldada por gente de todas las razas, naciones, religiones y civilizaciones”. Marx, que conocía su historia un poco mejor, podría haberle recordado a von Mises el cristianismo, pero la cuestión sigue siendo contundente. En cuanto al medio ambiente, Marx prefigura asombrosamente nuestra propia política verde. La naturaleza, y la necesidad de considerarla como aliada en lugar de antagonista, era una de sus preocupaciones constantes.

¿Por qué podría Marx volver a estar en nuestras preocupaciones? Irónicamente, la respuesta es: por el capitalismo. Cada vez que uno oye hablar a los capitalistas sobre el capitalismo, uno sabe que el sistema tiene problemas. Por lo general, prefieren un término más anodino, como el de “libre empresa”. Las crisis financieras recientes nos han obligado una vez más a pensar la organización en la que vivimos como un todo, y fue Marx quien primero lo hizo posible. Fue El Manifiesto Comunista el que predijo que el capitalismo se convertiría en mundial, y que sus desigualdades se agudizarían gravemente. ¿Tiene su trabajo algún defecto? Cientos. Pero es un pensador demasiado creativo y original para ser reducido a los vulgares estereotipos de sus enemigos.

Terry Eagleton - In praise of Marx
Publicado en The Chronicle Review
© 2011 - The Chronicle Of Higher Education

Notas:

[1] Terry Eagleton es un crítico literario y de la cultura. Nacido en Inglaterra, marxista, fue discípulo de Raymond Williams y publica sus trabajos periodísticos en diversos medios del Reino Unido.

[2] The Wall Street Journal, el diario ultra liberal editado en el corazón del complejo financiero del Imperio, defensor a ultranza de las políticas monetaristas y especulativas responsables de la crisis mundial.

[3] Fox News, cadena televisiva en USA, propiedad del grupo Murdoch, conocida por su conservadurismo extremista y guerrerista, representante de los sectores radicalizados del Partido Republicano, como el Tea Party.

Traducción y publicación al castellano: Clionauta: Blog de Historia, de Anaclet Pons

El síndrome de la historia circular

Nuestro país sufre de lo que llamo «la historia circular»; temas que nunca se dan por finalizados y susceptibles de ser revisado una y otra vez, así hayan pasado décadas de los acontecimientos. En Alemania, aún hoy se siguen persiguiendo a los criminales de guerra nazis y ese es un consenso unitario sobre el que nadie (mas allá de los pequeños y lunáticos grupos skinheads y algún escritor revisionista) propone «dejar de humillar a las FFAA» o «terminar con los rencores del pasado»; menos que menos se alzan voces para reivindicar el accionar del Nationalsozialistische Deutsche Arbeiterpartei. He ahí una nación que ha logrado el consenso en las 3 ó 4 cosas que le interesan a la gente, es decir, se parte de aceptar la responsabilidad colectiva en la tragedia, haciendo el doloroso y respectivo mea culpa del negatorio “yo no sabía nada” para luego accionar judicialmente contra los matarifes de la maquinaria de guerra y exterminio nazi, para nunca mas repetir la experiencia devastadora de las SS.

Todo esto viene a cuento sobre el análisis de la bête noir de la política argentina, el peronismo; en amplios sectores de las capas medias hay un deseo apenas oculto que algún día o alguien logrará terminar de la noche a la mañana con el gigante invertebrado. Y no es precisamente un deseo civilizado, que se termine en términos políticos, es decir, porque sea superado dialécticamente por otra fuerza que recoja lo mejor de su tradición sin sus aristas apto para todo servicio, sino algo mucho mas terrible, que es ni mas ni menos que la desaparición violenta de la negrada. Claro, como todo deseo que corta la cabeza de la hidra, se solapa en pliegues mas o menos genéricos, no otra cosa son los pedidos de cárcel para la familia Kirchner una vez alejados del poder; ya están preparando el nuevo buque Granaderos tanto para ellos como para ciertos miembros del gabinete y otras figuras notorias. Ese pretendido encarcelamiento -para quien esto escribe al menos- encubre en su simbología el deseo de encarcelar con ellos a sus votantes, darles una dura lección como diciendo ojo con lo que ponen la próxima vez en el cuarto oscuro que van a terminar así. Es claro que eso va dirigido a los peronistas malos; a los peronistas buenos hijos del establishment, como Reutemann, De Narváez o Solá, siempre les estará franqueada la puerta de palacio.

También, a su manera, ciertos «camaradas» de la izquierda tienen esta misma visión, con la salvedad que no quisieran aniquilar a la negrada (supuestamente el sujeto de la Revolución); después de más de 60 años de fundado el peronismo, todavía se discute si es bonapartista, pequeño burgués, conservador popular, etc (y se les va la vida y los años en esto). La única conclusión que sacan, en definitiva, es que por culpa del peronismo los obreros no son de izquierda, triste atajo y demostrador per se de su vagancia ideológica, pereza militante y osificación del pensamiento. Si el accionar se reduce cual evangelista pentecostal a decir ¡Todos los males se esfumarán a partir de la Revolución Socialista y la expropiación de los medios de producción!, el hombre de a pié, el trabajador, se preguntara (y con razón) que mientras tanto eso tan maravilloso se produzca él tiene una vida que vivir, donde hay cosas tan profanas como bañarse con agua potable, tener cloacas, una vivienda digna y acceso a la educación; es fácil decir que hay que esperar cuando se tiene la certeza que a uno no le va a tocar el carecer de lo mínimo para la subsistencia. Siempre me pregunte como puede convivir la contradicción en decir esto (¡espera hermano obrero el luminoso porvenir socialista!) y, a su vez, presentarse a elecciones dentro de la democracia burguesa; supongamos por un momento que el Partido Obrero gana las elecciones para intendente en La Matanza...¿Qué respuesta le darían a la gente cuándo vayan a reclamar por más asfaltos, cloacas, etc? ¿Que no se puede hacer nada con $1,75 diarios por habitante? ¿Que hay que esperar a tomar el poder general del país? ¿Que el gobierno burgués en la Presidencia es el culpable de todo? Los rajan a patadas en un minuto. Y no estarían pidiendo nada raro que nuestro país no pueda ofrecer cambiando ciertos paradigmas; esta es una nación empobrecida, no pobre.

Estos deseos me llevan una y otra vez a pensar en septiembre de 1955, el inicio de la Gran Tragedia Argentina; estimado lector, en especial si usted es un indigneitor serial que llama a las radios para que renuncien los montoneros que nos gobiernan, de la Unión Cívica Alvear, de la derecha dis-que-liberal o simple lorito repetidor del credo librecambista, ¿Me podría explicar serenamente y con fundamentos el odio irracional y el revanchismo de clase que dejó un un tendal de 300 masacrados en la Plaza y 18 años inútiles de sangre y lágrimas tratando de hacer cumplir el infame decreto 4161 y que hoy quisieran repetir pero no se animan a decirlo en voz alta?. Trasladémonos a los índices de la época:

  • Participación de los asalariados en el 50% de la renta nacional
  • Prácticamente pleno empleo
  • Inseguridad casi inexistente
  • Educación y salud pública de calidad y al alcance de todos
  • Deuda externa a niveles de un país escandinavo
  • Deportes, recreación y vacaciones para todos los bolsillos
  • Ley de Divorcio
  • Voto femenino
  • Movilidad social (mi hijo el dotor)
  • Tecnología nacional de punta, admirada hasta en países por los que hoy seguro se les cae la baba, como Holanda (¿O que otra cosa era el Pulqui?)
  • Para los que claman por inversiones extranjeras...¡horror!, hasta se había firmado un contrato con la California (Standard Oil)

¿No era este un país del primer mundo por entonces? ¿el país que ustedes sueñan? Vuestro tan admirado Brasil por aquellos años todavía estaba tratando de terminar efectivamente con la esclavitud; claro, nuestros vecinos tuvieron cierta fortuna después en no poseer una burguesía ciega, irracional y profundamente anti-nacional como la nuestra. (así y todo, Brasil sigue siendo Belindia hasta nuestro días).

Y no, aunque quisiesen no podrían dar una respuesta, seguramente traducirían los argumentos de hoy al ayer, el «avasallamiento a las instituciones» sería reemplazado por «¡Nos obligaban a leer La Razón de mi Vida!», Lo de la «conchuda montonera» por «la cabaretera puta juntada con Perón», etc.

Pura irracionalidad, una y otra vez, ayer hoy y muy posiblemente mañana, como un círculo de hierro maldito; hasta da gracia pensar que aún hoy Perón sea calificado de fascista a ambos lados del espectro ideológico. Lo digo, aunque se enojen de todos lados: Pocho fue el burgués más brillante que dio este país, demasiado brillante para que el medio pelo y sus mandantes lo entendieran; nunca quiso ninguna revolución (su huida al Paraguay lo certifica, ¿Que líder auténticamente revolucionario abandonaría a los suyos?), siempre fue un hombre de orden, del orden capitalista. Pero a la irracionalidad no se le puede pedir que entienda algo tan sencillo como aquel discurso en la Bolsa de Comercio en el año ’44, del que me permito extraer unos párrafos:

«(...) Pienso que el problema se resuelve de una sola manera: obrando conscientemente para buscar una perfecta regulación entre las clases trabajadoras, medias y capitalistas, procurando una armonización perfecta de fuerzas, donde la riqueza no se vea perjudicada, propendiendo por todos los medios a crear un bienestar social, sin el cual la fortuna es un verdadero fenómeno de espejismo que puede romperse de un momento a otro. Una riqueza sin estabilidad social puede ser poderosa, pero será siempre frágil, y ese es el peligro que, viéndolo, trata de evitar por todos los medios la Secretaría de Trabajo y Previsión»

Notable, estimados repúblicos, ¿no? ¿No es esto mismo lo que ustedes quisieran lograr?. Sigamos

«(...) Las masas obreras que no han sido organizadas presentan un panorama peligroso, porque la masa más peligrosa, sin duda, es la inorgánica (...) esas masas inorgánicas, abandonadas, sin una cultura general, sin una cultura política, eran un medio de cultivo para esos agitadores profesionales extranjeros. Para hacer desaparecer de la masa ese grave peligro, no existen más que tres caminos, o tres soluciones: primero, engañar a las masas con promesas o con la esperanza de leyes que vendrán, pero que nunca llegan; segundo, someterlas por la fuerza; pero estas dos soluciones, señores, llevan a posponer los problemas, jamás a resolverlos. Hay una sola forma de resolver el problema de la agitación de las masas y ella es la verdadera justicia social, en la medida de todo aquello que sea posible a la riqueza de su país y su propia economía, ya que el bienestar de las clases dirigentes y de las clases obreras está siempre en razón directa de la economía nacional. Ir más allá es marchar hacia un cataclismo económico; quedarse muy acá es marchar hacia un cataclismo social»

¡Epa!, ¿Pueden observar que poco entendieron, entienden y, por lo visto, entenderán de política en una democracia burguesa, estimados Alvearistas?. Y vamos al remate, algo a lo que deberían prestar atención a partir del 2011, cuando (ya que Dios no existe) ustedes sean gobierno:

«(...) ¿Cuál es el problema que a la República Argentina debe preocuparle sobre todos los demás? Un cataclismo social en la República Argentina haría inútil cualquier posesión de bienes (...) Pienso cuál será la situación de la Argentina al terminar la guerra, cuando dentro de nuestro territorio se produzca una paralización y probablemente una desocupación extraordinaria (NdA: que ustedes parecerían querer con la vuelta al FMI, anulación de retenciones y el retorno a las políticas de los ’90) (...) No hay que olvidarse que en nuestro territorio hay hombres que ganaban veinte centavos diarios (...) En este momento, hay industriales que pueden ganar hasta el mil por ciento. En España se explicó la guerra civil. ¿Qué no se explicaría aquí si nuestras masas de criollos no fuesen todo lo buenas, obedientes y sufridas que son? (...) Por eso, hay que suprimir la causa de la agitación: la injusticia social. Es necesario dar a los obreros lo que estos merecen por su trabajo y lo que necesitan para vivir dignamente, a lo que ningún hombre de buenos sentimientos puede oponerse, pasando a ser este más un problema humano y cristiano que legal. Es necesario saber dar un treinta por ciento a tiempo que perder todo a posteriori».

Este gobierno de Cristina Fernández, al igual que el anterior, no se propone hacer otra cosa que lo descripto más arriba, con todas sus limitaciones, sus decisiones de mesa chica y, sobre todo, con otra realidad social y con un país que anda tímidamente en muletas luego de décadas de saqueo a sus recursos y destrucción de su aparato productivo industrial, que es el verdadero generador de empleo. Es un gobierno peronista que sólo quiere reeditar el fundante del mito, “una perfecta regulación entre las clases trabajadoras, medias y capitalistas”. Las instituciones avasalladas por el kirchnerismo, como a ustedes les gusta decir a falta de un Plan de Gobierno propio, son nada sin contenido, no existen sin gente que se sienta parte de la cosa pública, no significan nada para nadie, cuidado.

No se pueden volver a quemar colchones en nombre de la libertad y las instituciones.

No se puede volver al Luna Park para ver perder a Gatica; el knock-out del Mono los arrastrará a ustedes también.

Y se tendrán que hacer cargo cuando suene el gong.

En años recientes, se ha prestado una atención muy pertinente en la expresión literaria y política a la decepcionante cantidad de individuos y familias que son muy pobres. Hay graves problemas sociales, de cumplimiento de la ley, de drogas, de vivienda y de salud que se derivan de la concentración de estos desdichados en los centros urbanos. El número mucho mayor de norteamericanos que viven bastante por encima del nivel de pobreza, y el número considerable de los que viven en un relativo bienestar, han provocado, por otra parte, muchos menos comentarios. [la renta de estos últimos sectores] está a su vez relativamente garantizada por una serie de refuerzos públicos y privados: fondos de pensiones, Seguridad Social, servicios médicos con apoyo y patrocinio público y privado, sostenimiento de las rentas agrarias y carísimas garantías frente a la quiebra de las instituciones financieras, los bancos y las ahora tan famosas cajas de ahorro.

El papel sustancial del Estado en la subvención de este bienestar merece algo más que un comentario de pasada. Cuando se trata de los empobrecidos la ayuda y el subsidio del gobierno resultan sumamente sospechosos en cuanto a su necesidad y a la eficacia de su administración a causa de sus efectos adversos sobre la moral y el espíritu de trabajo. Esto no reza, sin embargo, en el caso del apoyo público a quienes gozan de un relativo bienestar. No se considera que perjudiquen al ciudadano las pensiones de la Seguridad Social presentes o futuras, ni como depositante, el que se le salve de la quiebra a un banco. Los relativamente opulentos pueden soportar los efectos morales adversos de los subsidios y ayudas del gobierno; pero los pobres no.

En el pasado, los afortunados económica y socialmente eran, como sabemos, una pequeña minoría, un pequeño grupúsculo que dominaba y gobernaba. Hoy representan una mayoría aunque, como ya se ha dicho, una mayoría no de todos los ciudadanos sino de los que realmente se expresan. Es preciso y oportuno hacer mención a los que se hallan en esa situación y que responden en las urnas. Les llamaremos la Mayoría Satisfecha, la Mayoría Electoral Satisfecha o, en una visión más amplia, la Cultura de la Satisfacción. Hay que insistir, porque es así, en que esto no significa que sean una mayoría de todos los que tienen derecho a votar. Gobiernan bajo el cómodo abrigo de la democracia, una democracia en la que no participan los menos afortunados. Tampoco significa (un punto importantísimo) que por estar satisfechos se estén callados. Pueden estar, como ahora, muy enojados y expresivos respecto a lo que parece perturbar su estado de autosatisfacción.

Aunque la renta defina, en términos generales, a la mayoría satisfecha, nadie debería suponer que esa mayoría sea profesional o socialmente homogénea. Incluye a las personas que dirigen las grandes empresas financieras e industriales y a sus mandos medios y superiores, a los hombres y mujeres de negocios independientes y a los empleados subalternos cuyos ingresos estén más o menos garantizados. También incluye a la importante población (abogados, médicos, ingenieros científicos, contables y muchos otros, sin excluir a periodistas y profesores) que forma la moderna clase profesional. Asimismo hay un número apreciable, aunque decreciente, de quienes eran llamados en otros tiempos proletarios, los individuos con oficios diversos cuyos salarios se ven hoy, con cierta frecuencia, complementados por los de una esposa diligente. A ellos, como a otros de familias con salarios dobles, la vida les resulta razonablemente segura.

Nada de esto sugiere la ausencia de una constante aspiración personal ni la unanimidad de la opinión política. A muchos que les va bien, quieren que les vaya mejor. Muchos que tienen suficiente, desean tener más. Muchos que viven con desahogo, se oponen enérgicamente a lo que pueda poner en peligro su comodidad. Lo importante es que no hay dudas personales sobre su situación actual. La mayoría satisfecha considera que el futuro está efectivamente sometido a su control personal. Sus iras sólo se hacen patentes -y pueden llegar a serlo mucho- ciertamente cuando hay una amenaza o posible amenaza a su bienestar presente y futuro; cuando el gobierno y los que parecen tener menos méritos, impiden que se satisfagan sus necesidades o exigencias, o amenazan con hacerlo. Y en especial, si tal acción implica mayores impuestos.

En cuanto a la actitud política, hay una minoría, nada pequeña en número, a la que le preocupa, por encima de su satisfacción personal, la situación de los que no participan del relativo bienestar. 0 que ve los peligros más lejanos que acarreará el concentrarse en la comodidad individual a corto plazo. El idealismo y la previsión no han muerto; por el contrario, su expresión es la forma más acreditada de discurso social. Aunque el interés propio actúe a menudo, como ya veremos, bajo una cobertura formal de preocupación social, gran parte de la preocupación social tiene una motivación auténtica y generosa. Sin embargo, el propio interés es, naturalmente, el impulso dominante de la mayoría satisfecha lo que en realidad la controla. Esto resulta evidente cuando el tema es una intervención pública en beneficio de los que no pertenecen a esa mayoría electoral. Para que esta medida sea eficaz ha de sufragarse indefectiblemente con dinero público. En consecuencia, se la hace objeto de un ataque sistemático basado en elevados principios, aunque su falsedad resulte a veces bastante visible.

La primera característica, y la más generalizada, de la mayoría satisfecha es su afirmación de que los que la componen están recibiendo lo que se merecen en justicia. Lo que sus miembros individuales aspiran a tener y disfrutar es el producto de su esfuerzo, su inteligencia y su virtud personales. La buena fortuna se gana o es recompensa al mérito y, en consecuencia, la equidad no justifica ninguna actuación que la menoscabe o que reduzca lo que se disfruta o podría disfrutarse. La reacción habitual a semejante acción es la indignación o, como se ha indicado, la ira contra lo que usurpa aquello que tan claramente se merece.

La segunda característica de la mayoría satisfecha, menos consciente pero de suma importancia es su actitud hacia el tiempo. Sintetizando al máximo, siempre prefiere la no actuación gubernamental, aun a riesgo de que las consecuencias pudieran ser alarmantes a largo plazo. La razón es bastante evidente. El largo plazo puede no llegar; ésa es la cómoda y frecuente creencia. Y una razón más decisiva e importante: el costo de la actuación de hoy recae o podía recaer sobre la comunidad privilegiada; podrían subir los impuestos. Los beneficios a largo plazo muy bien pueden ser para que los disfruten otros. En cualquier caso, la tranquila teología del laisser faire sostiene que, al final, todo saldrá bien.

Una tercera característica de quienes disfrutan de una situación desahogada es su visión sumamente selectiva del papel del Estado. Hablando vulgar y superficialmente, el Estado es visto como una carga; ninguna declaración política de los tiempos modernos ha sido tan frecuentemente reiterada ni tan ardorosamente aplaudida como la Necesidad de «quitar el Estado de las espaldas de la gente». Ni el albatros que le colgaron al cuello al viejo marinero sus compañeros de navegación en el célebre poema de Coleridge era una carga tan agobiante. La necesidad de aligerar o eliminar esta carga y con ello, agradablemente, los impuestos correspondientes es artículo de fe absoluto para la mayoría satisfecha.

Pero aunque en general se haya considerado al gobierno como una carga, ha habido, como se verá, costosas y significativas excepciones a esta amplia condena. Se han excluido de la crítica, claro, las pensiones profesionales, los servicios médicos de las categorías de ingreso superiores, el sostén de las rentas agrarias y las garantías financieras para los depositantes de bancos y cajas de ahorro en quiebra. Son firmes pilares del bienestar y la seguridad de la mayoría satisfecha. Nadie soñaría con atacarlos, ni siquiera marginalmente, en ninguna contienda electoral. Tales son las excepciones que hace la mayoría satisfecha a su condena general del Estado como una carga. El gasto social favorable a los afortunados, el rescate financiero, el gasto militar y, por supuesto, los pagos de intereses constituyen, con mucho, la parte más sustancial del presupuesto del Estado y la que ha experimentado, con gran diferencia, en fechas recientes, mayor incremento. Lo que queda -gastos para ayuda social, viviendas baratas, servicios médicos para los sin ellos desvalidos, enseñanza pública y las diversas necesidades de los grandes barrios pobres- es lo que hoy se considera como la carga del Estado. Es únicamente lo que sirve a los intereses de los que no pertenecen a la mayoría satisfecha; es, ineludiblemente, lo que ayuda a los pobres.

Y hay una circunstancia más, socialmente un tanto amarga, que se ha pasado oportunamente por alto: que el desahogo y el bienestar económico de la mayoría satisfecha están siendo sostenidos y fomentados por la presencia en la economía moderna de una clase numerosa, sumamente útil, esencial incluso, que no participa de la agradable existencia de la comunidad favorecida.

John Kenneth Galbraith

Extractos de “El carácter social de la satisfacción. Una visión de conjunto”
Publicado en el libro La Cultura de la Satisfacción

Dioses

Perón

Perón es proteico. O directamente Proteo.
Cada cual encuentra en él lo que quiere encontrar.
Lo que les ocurre a los católicos con el Papa o con Dios mismo.
El liderazgo de masas es como la fe: el diálogo personal con el Padre Eterno.
Cada peronista dialoga con su Dios y escucha lo que necesita oír.

El Manifiesto de este blog

Odio a los indiferentes. Creo como Friedrich Hebbel que "vivir significa ser partidario". Quien verdaderamente vive no puede dejar de ser ciudadano ni de tomar posición. La indiferencia es abulia, es parasitismo, es cobardía, no es vida. Por eso, odio a los indiferentes. La indiferencia es el peso muerto de la historia. Es la bola de plomo para el innovador y la materia inerte en la cual frecuentemente se ahogan los entusiasmos más esplendorosos.
La indiferencia actúa poderosamente en la historia. Actúa pasivamente, pero actúa. Es la fatalidad, es aquello con lo que no se puede contar, aquello que confunde los programas, que destruye los planes mejor construidos. Es la materia bruta que se rebela contra la inteligencia y la sofoca.
Lo que ocurre, el mal que se abate sobre todos, no se debe tanto a la iniciativa de los pocos que actúan, como a la indiferencia de muchos. Lo que ocurre no ocurre tanto porque algunos lo quieran, sino porque la masa de los hombres abdica de su voluntad, deja de hacer, deja promulgar leyes que después solo la revuelta hará anular, deja subir al poder hombres que después sólo una sublevación podrá derrumbar.
Los destinos de una época son manipulados de acuerdo con visiones restrictas, objetivos inmediatos, ambiciones y pasiones personales de pequeños grupos activos, y la masa de hombres lo ignora, porque no se preocupa. Por eso, odio a los indiferentes también por esto: porque me fastidian sus lamentos de eternos inocentes. Pido cuentas a cada uno de ellos; cómo han acometido la tarea que la vida les ha puesto y les pone diariamente, que han hecho, y especialmente, que no han hecho, y me siento en el derecho de ser inexorable y en la obligación de no derrochar mi piedad, de no compartir con ellos mis lágrimas.
Vivo, soy partidario. Siento ya en la consciencia de los de mi parte el pulso de la actividad de la ciudad futura que los de mi parte están construyendo. En ella, la cadena social no gravita sobre unos pocos; nada de cuanto en ella sucede es por azar ni producto de la fatalidad, sino obra inteligente de los ciudadanos. Nadie en ella está mirando desde la ventana el sacrificio y la sangría de los pocos. Vivo, soy partidario. Por eso odio a quien no toma partido, odio a los indiferentes.

Antonio GramsciIndifferenti

del único número editado de La Città Futura
Publicado el 11 de Febrero de 1917

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